La observamos defendiendo con fácil solvencia su gestión, sacando de quicio a sus extrovertidos opositores. Posee una enigmática y delgada sonrisa, que hace vacilar al inquisitivo Yamit Amat en su noticiero. La observamos defendiendo con fácil solvencia su gestión, sacando de quicio a sus extrovertidos opositores. Posee una enigmática y delgada sonrisa, que hace vacilar al inquisitivo Yamit Amat en su noticiero. Con inconmovible seguridad, en hermandad con cierto encanto de género, confunde a sus detractores; varones en su mayoría, curtidos en el arte de la denuncia, que no dudan en lanzar sus dicterios; hoy dispuestos, se supone, a celebrar con la fuerza de una añeja ira y confuso morbo la inminente caída. Fustigada por implacables enemigos, y también rodeada de defensores que todo lo han dicho, resulta irrelevante sumarse a cualquiera de los bandos. Un material acumulado de descargas más afectivas que de argumentos razonables, no admite otro sofisma. Es la escena política en el Huila, teatro levantado con votos, porque así lo dicta el establecimiento. Tras el telón, grandes negocios, nuevos ricos, ofertas, simonía, control político de la nomenclatura; y al fondo, entre espectadores de platea, una actividad judicial recreativa, improductiva, para hacer válida la incredulidad del noventa por ciento de los colombianos. En la evolución de las imágenes colectivas, el gobernador, el alcalde, ya no son “autoridad” con rostro de padre orientador, protector interesado en la justicia, la ética, el comportamiento social y la paz pública. Hoy la importancia de estos funcionarios, su status, radica en la cuantía del presupuesto que tengan en sus manos, en las oportunidades que ofrecen para quienes los rodean. El crecimiento del erario, ha abultado el fenotipo del político con capacidad de repartir recompensas. La clientela que husmeaba la burocracia en los años jóvenes del exsenador Plazas, hoy se sacia con los grandes contratos y servicios. Ni los empresarios y corporaciones exitosas, subestiman la oportunidad de asociarse con los poderosos dispensadores de favores. Por muchas razones, es difícil pensar en sustituir el poder de ceñidores de votos, por un “autócrata bueno” del que se llegó a hablar, que haga innecesario ese engranaje de codiciosos entre el país nacional y el Estado. En últimas, es la naturaleza humana la que muestra en este deplorable teatro de la política, su lado oscuro y egoísta que pone sus manos en los bienes públicos. Pero sí es dado soñar con una indulgencia o gracia, que nos libere de esa carga pesadísima de las corporaciones públicas con agentes en el gobierno, en las que pocas veces habla el patriotismo, incluyendo senadores y representantes, costosísimos en presupuesto y corrupción. ¿Por qué no? Hay instituciones que bien pueden reemplazarlos, así sea provisionalmente, para decantar y depurar la actividad pública. Y preparar su regreso, solo bajo otras condiciones.