Fernando Valadés, uno de los más grandes artistas de la Época de Oro de la música mexicana, sigue vivo en la memoria de sus seguidores. Fernando Valadés, uno de los más grandes artistas de la Época de Oro de la música mexicana, sigue vivo en la memoria de sus seguidores. En Mazatlán, estado de Sinaloa, México, encontramos a su hija, y con ella, la herencia musical y artística de uno de los grandes boleristas de América. Gerardo Meneses Claros Especial LA NACIÓN, Pitalito. México hizo de la música, del cine y de las telenovelas una marca de su identidad. Y no se conformó con hacerlo para sí mismo, para su propia tierra; la creó, difundió y expandió por todo el continente. Sus rancheras y corridos han acompañado a América desde hace muchas décadas. Qué decir del cine, y qué no decir de las telenovelas, cuyo esquema hace rato se agotó y sin embargo hoy siguen tan campantes produciéndose y vendiéndose como si nada. El respeto y el amor que los mexicanos sienten por sus artistas, solo es comparable con el orgullo que profesan por su folclor y su idiosincrasia. Y ese orgullo no es gratis, la industria del entretenimiento mexicana mueve millones de dólares al año. Ellos crearon sus ídolos y supieron convertirlos en leyenda. La galería de actores, actrices, cómicos y cantantes es verdaderamente admirable. Fernando Valadés, el compositor e intérprete de canciones tan bellas como “Por qué no he de llorar”, “Cómo de que no”, o “El diccionario”, hace parte de esa lista de lujo. Una hermosa coincidencia nos acercó a su legado y a su historia personal a través de una de sus hijas, Conchita Valadés Valdés. La historia de sus canciones Cada compositor tiene detrás de sus canciones otra historia para contar. Eso fue lo que hicimos la noche que nos reunimos con Conchita en Casa Lucila, el hermoso restaurante de su propiedad, ubicado en el malecón de Mazatlán, oír la historia de sus canciones: “Papá fue músico desde niño, tocaba el piano y cantaba desde siempre. Él venía de una casa de intelectuales, de gente muy relacionada con el arte y la cultura; dedicarse a la música fue una forma de ejercer una profesión sin tener nada que ver con la bohemia y la vida nocturna, lo suyo fue diferente”. Fernando Valadés se casó con Lucila Valdés, una mujer hermosa de la que hablan hoy sus fotografías. Tuvieron 13 hijos y para él no había mayor orgullo que su familia. “Cada que nacía uno de mis hermanos papá ampliaba la casa, ver a su familia reunida, cantar y tocar el piano para nosotros, era su mejor regalo. Fue un hombre muy bondadoso, un esposo amoroso y un padre que siempre tuvo tiempo para nosotros a pesar de sus largas ausencias”. Y justamente fue su familia el motivo y la inspiración de muchas de sus composiciones. Curiosamente “Por qué no he de llorar”, una de las canciones que más fama y reconocimiento le dio en todo el continente, fue hecha para su madre, doña Esther, el día de su muerte, y no para una novia como puede pensarse. “Esa canción le cambió la vida a mi padre, el éxito fue inmediato, papá grabó ese tema con el corazón, pero con el de hijo, no con el de novio despechado. Hoy es un clásico.” Una época de Oro La historia musical de Fernando Valadés comprende las décadas del 50, 60 y 70, era la época de mayor esplendor de la música y del cine mexicano. Baste recordar nombres contemporáneos al suyo como Pedro Vargas, Pedro Infante, Agustín Lara, por solo citar algunos. Eran los años dorados de los grandes salones, de los conciertos en los teatros, de la radio como ama y señora. “Papá grabó 17 discos, su casa editora fue RCA Víctor. Pero fíjate que mi padre no fue el típico bohemio que se dejó seducir por la fama y por todo lo que ella trae. Fue muy casero, nos consentía, nos hacía juguetes de madera, nos llevaba de viaje cada vez que podía. Esto de las luces del espectáculo y la vida social no fue con él. Era un hombre muy culto, además muy guapo, y componía la música para todos los instrumentos, si tocaba el piano desde los cuatro años”. Hay una canción preciosa que se llama “Asómate a mi alma”, dedicada a doña Lucila, su esposa; de igual manera “Lety” compuesta para su hija Leticia. “Yo no me quedé atrás, a mí me hizo “Comencemos” y él mismo la cantó y tocó el día de mi boda. Papá vivió, como dices tú, en una época de oro, y su legado sigue, sin querer ser arrogante, pero es inmortal”. Una vida para amarte La fama, el éxito y el reconocimiento acompañaron a Fernando Valadés durante toda su vida, su obra se escucha en Latinoamérica y es referente obligado de la historia musical del continente. Pocos artistas han ejecutado el piano con tanta maestría y lo han acompañado con el prodigio de una voz tan bien educada. “Ser hijos de Fernando Valadés es para nosotros un orgullo por todo lo que él significó y significa para tanta gente en tantos países; en un par de ocasiones nos ha pasado que algún funcionario en los aeropuertos, al reconocer el apellido en nuestros pasaportes, nos habla de mi padre y nos tratan con una amabilidad que nos hacen llorar”. La vida de Fernando Valadés termina a los 58 años, finalizando la década del 70. Muere de manera repentina sumido en el dolor de la enfermedad de su joven esposa, quien moriría un par de meses después, víctima de un cáncer diagnosticado cuando don Fernando cumplía un compromiso artístico en Baja California. “Para octubre de este año está previsto colocar la estatua de mi padre aquí en el malecón de Mazatlán; es una obra en bronce, de tamaño natural, del escultor Pedro Jiménez. Es un homenaje del Ayuntamiento de la ciudad, Cultura y Turismo de Mazatlán y el Colegio de Sinaloa. Va a estar aquí, frente al mar, él estará al piano y la gente podrá sentarse en la banca con él, para tomarse su foto”.