La lengua, esa asombrosa propiedad

El español es un idioma de una singular riqueza tanto desde el punto de vista léxico como desde el punto de vista gramatical. El español es un idioma de una singular riqueza tanto desde el punto de vista léxico como desde el punto de vista gramatical. Jesús Rodolfo Agudelo Salazar Especial LA NACION Parece que el uso del lenguaje, especialmente el oral, se convierte en el hombre en un acto mecánico, inconsciente, desde la adquisición del habla en la más tierna infancia, y permanece en tal condición hasta su pérdida parcial en la etapa de la demencia senil, o  al final de la vida. En la absoluta mayoría de nuestros actos de comunicación, traemos al foco de la conciencia el tema que desarrollamos, el asunto que nos embarga; pero solo eventualmente, marginalmente, pensamos de manera crítica en el lenguaje que utilizamos: cuando nos entra el gusanillo de la duda acerca de una palabra o de una construcción o cuando la profesión nos lo exige, como es el caso de periodistas y escritores. En los primeros años, el ser humano va internalizando tanto el vocabulario como la gramática de su lengua materna, que son los dos elementos de todo idioma. Y lo hace de una manera tal que no se da cuenta de ello, es un proceso que viene programado en su genética, que de manera necesaria se desarrolla ante el contacto con las personas del entorno. A los tres años, el niño nos dice que “el paquete no cabió en  la lonchera”; con ello percibimos que el infante ya empieza a manejar la estructura gramatical del verbo, aunque todavía no sepa que con este verbo el proceso es diferente que con los otros de la misma clase que conforman su todavía precario lenguaje, como beber, barrer, etc. Cuando el hombre utiliza el lenguaje escrito, la cuestión suele ser distinta: surge con frecuencia el pensar sobre las palabras o sobre la manera de combinarlas. Así, pierde en ocasiones el carácter mecánico. Y aparecen las dudas de toda índole: ortográficas, semánticas, gramaticales (sintácticas y morfológicas). Tal vez la razón sea un poco el temor de incurrir en un error cuando lo que se expresa queda escrito y, por tanto, sometido al juicio del tiempo y de los lectores. La célebre expresión latina “Scripsi, scripsi” (que dijo Pilatos como respuesta a quienes le solicitaban que retirara de la cruz de Cristo la inscripción INRI) se aplica a nuestro temor a que alguien identifique un error en lo que hemos escrito. Por eso, por el uso mecánico del lenguaje, por la falta de reflexión sobre él, solo en casos muy especiales nos interrogamos acerca de una palabra o de una construcción que estamos empleando en la comunicación oral. No recordamos, por ejemplo, que el nuestro es un idioma demasiado rico en vocabulario, y no nos preocupamos como podríamos para escoger entre cuatro o cinco términos sinónimos disponibles la palabra más apropiada para expresar lo que deseamos, como lo señalaba don Luis López de Mesa. Este uso mecánico del lenguaje explica lapsus linguae como el de Hernán Darío “Bolillo” Gómez de “echar reversa de para atrás” o el de Piedad Córdoba de “colombianos y colombianas por las Farc”. Así mismo, por este uso inconsciente se comprende que alguien incurra en errores garrafales, como a diario acontece; tal es el caso de la propaganda de Asepxia en los actuales noticieros de televisión donde aparece la palabra “protejen” (con jota), que constituye un falla ortográfica poco perdonable. Riqueza El español es un idioma de una singular riqueza tanto desde el punto de vista léxico como desde el punto de vista gramatical. La vigésima primera edición del Diccionario de la lengua contiene  ochenta y tres mil quinientas palabras, lo que constituye un filón de riqueza extraordinaria. Por manes del desinterés solo utilizamos unos pocos centenares de ellas. Además, el lenguaje es un bien, una posesión del hombre de cuyo valor, de cuya dimensión, de cuya trascendencia no tenemos conciencia cierta. No nos percatamos de su importancia  quizá por aquello de que “el bien no es conocido hasta que no es perdido”. La gramática del español permite a nuestra lengua una flexibilidad asombrosa, una riqueza de giros y posibilidades que la convierten en un inestimable bien del que deberíamos disfrutar con mayor conciencia y con mayor interés. La gramática del español permite a nuestra lengua una flexibilidad asombrosa, una riqueza de giros y posibilidades que la convierten en un inestimable bien del que deberíamos disfrutar con mayor conciencia y con mayor interés.

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