«Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá”. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dice: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?”. Ella contestó: Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el que tenía que venir al mundo.» (Juan. 11,1-45).
Padre Elcías Trujillo Núñez
El temor a la muerte arruina nuestra alegría de vivir. En el interior de la felicidad humana, se oculta una insatisfacción. Todos vivimos cercados por la muerte que nos estropea la seguridad de nuestro vivir.
Por muchos que sean los logros de la humanidad, la vida sigue dominada por la muerte y sigue, por eso mismo, amenazada por lo irreal, por el vacío y por la nada. En nuestra sociedad nadie sabe cómo tratar la muerte. Pensamos que es mejor olvidarla, no hablar de ella. Porque es arriesgado tratar de penetrar en su enigma. Preferimos hablar de las consecuencias que una muerte trae consigo para los que seguimos viviendo. No nos atrevemos a plantearnos de frente la pregunta más “lógica” y elemental: la muerte ¿es o no es el final de todo? Porque si es el final de todo, la muerte reviste el carácter de una poderosa y terrible mutilación de nuestra existencia. Pero si no es el fin, entonces nuestra muerte y, por tanto, también nuestra vida, adquiere una dimensión extraordinariamente nueva, de infinitos horizontes. La confrontación serena con esa muerte que tarde o temprano todos tendremos que afrontar, nos coloca delante del todo o de la nada, del sentido o del sinsentido último de nuestra existencia: Dios o el vacío infinito. Hoy nos seguimos planteando la eterna pregunta: “¿Qué hay después de la muerte? ¿Qué va a ser de cada uno de nosotros?” Todos los vivientes mueren, pero sólo el hombre sabe que debe morir, todos vamos a morir. Cuando los cristianos hablamos de resurrección no pretendemos saberlo todo ni comprenderlo todo. No nos dedicamos tampoco a especular con nuestra imaginación. Porque sabemos muy bien que “el más allá” escapa a los esfuerzos que puede hacer la mente humana. La actitud básica de quien cree en la resurrección de Cristo es una actitud de confianza en un Dios Padre que nos mira con amor. No estamos solos ante la muerte.
Hay un Dios que no defraudará los anhelos y esperanzas que habitan al ser humano. En el interior mismo de la muerte nos espera el amor infinito de Dios Padre. A lo largo de la historia, los seres humanos han formulado de muchas maneras su anhelo de vida más allá de la muerte. Nosotros los creyentes encontramos en Cristo resucitado el camino más humano, realista y esperanzado para adentrarnos en el misterio de la muerte. Lo expresa san Pablo cuando dice que: “No ponemos nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos.” Y es que no se puede encontrar el sentido de la vida si no está incluido en él, el sentido de la muerte. Y en Cristo Resucitado los creyentes encontramos ambos sentidos. Escuchamos en el Evangelio que Jesús es “la resurrección y la vida”.
Poco a poco, los creyentes vamos descubriendo en las palabras de Jesús no sólo una promesa que abre nuestra existencia a una esperanza de vida eterna; al mismo tiempo los creyentes vamos comprobando que ya desde ahora Jesucristo es alguien que resucita lo que en nosotros estaba muerto, y nos despierta a una vida nueva. La fe en la resurrección, cuando crece de verdad en nuestros corazones es origen de aire fresco que ensancha los corazones, y es siempre fuente de libertad. La fe en la resurrección puede y debe darnos a los creyentes la capacidad para vivir sin reservas, y luchar de manera incondicional por un hombre nuevo y liberado. Porque “el que cree que Jesucristo en la resurrección y la vida, aunque muera, vivirá”.
Hoy la pregunta nos la formula el mismo Jesús cuando nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá… ¿Crees tú esto?”. ¿Qué respondemos? Nota: el próximo domingo iniciamos la Semana Santa, vivamos el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús.