La resurrección de Jesús es el centro de la vida cristiana

“Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos”, (Juan 20,1-9).

Celebramos la Pascua, esto significa que podemos resucitar, que podemos experimentar una vida nueva. Para que la Pascua sea una realidad plena se debe aceptar la muerte de esa zona de la propia alma en la que se está demasiado vivo: intereses, temores, tristezas, egoísmos. Y hay que resucitar en esa zona en la que estamos demasiado muertos: resucitar a la fe, a la esperanza, al perdón, al amor, a la paz, a la alegría. No hay que celebrar solamente la resurrección que aconteció hace dos mil años, sino hay que intentar que la Pascua sea fiesta actual en la resurrección de los cristianos, que atestiguan ante el mundo que es posible morir y resucitar. La gran prueba que Cristo ha resucitado, de que Cristo vive, es que su amor vive, que hay personas y comunidades que viven de su vida y que aman con su amor.

La Pascua de resurrección es la fiesta más grande del calendario cristiano. La resurrección de Jesús es el centro de la vida cristiana y el fundamento de nuestra fe. Los primeros relatos evangélicos reflejan las dudas de los discípulos. No les resultaba fácil creer. Ante el sepulcro vacío, pensaban que alguien había robado el cuerpo del Señor. El evangelio dice que “hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos”. Sin embargo, casi inmediatamente después de ese desconcierto inicial, Jesús, con sus apariciones, va recuperando a todos sus discípulos. Pedro podrá decir que “Dios lo resucitó y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a nosotros que hemos comido y bebido con él después de su resurrección”.

Los primeros discípulos pudieron disfrutar felices de la presencia de Jesús resucitado. Hoy podemos decir que lo que celebramos en nuestras iglesias es que Jesús resucitó y está vivo entre nosotros. Con él no pudieron los poderes de este mundo ni la muerte. Simboliza el triunfo de lo pobre, lo débil y lo sencillo en las manos de Dios. Al que en la cruz parecía un pobre ser humano, derrotado por las fuerzas del mal, Dios le dio la razón y lo resucitó. Y como está resucitado, está vivo y anda con nosotros en la lucha contra el mal y el pecado. Jesús va delante, el primero de los hermanos, animando e iluminando nuestra andadura cristiana. A su luz descubrimos que nosotros también vamos resucitando a una vida nueva, vamos a mejores, hacia el hombre nuevo y resucitado del que nos habla san Pablo. Atrás vamos dejando, casi sin darnos cuenta, otras formas de ser persona. La fiesta de la resurrección del Señor es también nuestra fiesta. Habría que mirar la entraña de la vida de cada comunidad para descubrir señales de resurrección.

Yo sé que esto es difícil de evaluar y quizás no podamos poner ejemplos concretos, pero en mi caso particular creo que algo se ve, como si un nuevo talante se estuviera abriendo camino. Que haya cada vez más gente preocupada por su pueblo o por su barrio, por los pobres del mundo, por la paz y las relaciones de justicia entre los países; que haya personas dedicadas a cuidar de los niños, de los jóvenes, de los ancianos y los enfermos; que las parroquias sean un recinto de generosidad de servicio alegre, es algo muy hermoso. Es señal de resurrección porque significa que Jesús está vivo entre nosotros, que nos va sacando de nuestras apatías y nos lleva hacia la vida. Pero sabemos bien que nos quedan demasiadas tareas en las que mejorar y en ellas habremos de pagar un precio de esfuerzo y de gracia. No se nos olvida que la cruz es el camino de la resurrección. La cruz es también nuestro camino. Tendremos que dejarle al Señor entrar en nuestra vida para crecer en sencillez, en solidaridad con los pobres y en servicio humilde a nuestros hermanos. Así pasamos a ser personas nuevas, resucitadas, con los rasgos de Jesús. Gente que solo piensa en ella misma y hace su vida eludiendo todo compromiso solidario, hay mucha. Los cristianos tenemos otro estilo de vivir: el de Jesús. Su estilo de vida va en nuestra alma. Podemos decir con él hemos resucitado también nosotros en esta Pascua.

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