Carlos Eduardo Amézquita
La reciente masacre de abejas denunciada por apicultores de Sucre, Córdoba, Norte de Santander, Santander, Antioquia, Boyacá, Caldas, Risaralda, Quindío, Tolima, Huila, Valle, Casanare y Meta, entre otros, prendió las alarmas de ecologistas y ambientalistas. Véase la denuncia de Noticias Caracol del 31 de julio de 2017 (Apicidio: el 30% de las abejas en Colombia ha muerto en los últimos 3 años).
Los insumos químicos y plaguicidas usados por los agricultores estarían causando el apicidio. Cocteles químicos aplicados en las plantaciones para proteger los cultivos de las plagas serían culpables del colapso de las colmenas. La desaparición de estos animales pone en riesgo la tercera parte de los alimentos que consume el hombre.
Todo apunta a que la fuerte exposición a pesticidas, llamados neocotinoides, están afectando la capacidad de orientación de las abejas, disminuyendo su vuelo hasta morir.
Pero esto no es todo, de otra parte, el Centro Nacional de Memoria Histórica ha denunciado 1.982 masacres ocurridas a lo largo de medio siglo de conflicto en nuestro país.
Pregunta simple: ¿Existe alguna conexión entre estos hechos?
Todos los actores sociales han sido tocados o son protagonistas en alguna de estas matanzas y es uno de los capítulos más importantes de la memoria del país.
Ser colombiano es muy complejo por sus raíces y por su historia violenta, de especial biodiversidad y movilidad política, centrada en conflictos provocados por la expansión de las haciendas, la consolidación del Estado, el narcotráfico, las iglesias, las multinacionales y las élites sempiternas, entre otras.