La última gota

La última gota
Justo cuando se estrena una nueva versión de ‘Mad Max’, la fantasía apocalíptica por falta de agua, California y São Paulo mueren de sed. El simbolismo salta a la vista.
 
 
“No se vuelvan adictos al agua. Se apoderará de ustedes y lamentarán su ausencia”, dice con ironía uno de los personajes de la recién estrenada película de la serie Mad Max. En su mundo apocalíptico, solo la gasolina despierta la misma voracidad que el preciado líquido, y ambas son el motor y el objetivo de la guerra eterna que libran sus personajes. La diferencia obvia es que mientras la adicción al combustible se puede superar recurriendo a otras fuentes de energía, la dependencia de los humanos del agua no es tratable. Vivir sin agua significa morir.

Semejante obviedad, con la que han convivido durante siglos los pobladores de zonas con problemas de abastecimiento, se ha hecho también evidente para decenas de millones de personas que viven en países ricos en fuentes hídricas. Desde hace algunos años, los estados de California y São Paulo encadenan veranos muy secos y calurosos, al tiempo que las precipitaciones y las nevadas durante los inviernos o las estaciones de lluvia no alcanzan para llenar sus reservorios. Consecuentemente, las condiciones de vida de sus habitantes se han visto afectadas, las industrias se encuentran en alerta roja y el sector agrícola está en crisis.

Y aunque ambos casos tienen particularidades, las sequías que las azotan se caracterizan por ocurrir no solo en dos megalópolis americanas, sino que afectan a dos países que son sinónimos de ríos caudalosos y de fuentes de agua fresca. De hecho, Brasil y Estados Unidos tienen cerca del 20 por ciento de las reservas hídricas del mundo y cuentan con algunos de los ríos más largos y caudalosos del mundo, como el Amazonas o el Mississippi. Pero también con sistemas de distribución obsoletos y con una población urbana que no para de crecer.

En California, el cuarto año de sequía tiene casi secos sus reservorios y a sus 39 millones de habitantes replanteándose su estilo de vida (y mirando qué tan verde está el prado del vecino). La situación es tan delicada, que a principios de abril el gobernador, Jerry Brown, ordenó por primera vez en ese estado una reducción del 25 por ciento en el consumo de agua en las zonas urbanas. Aunque la mayoría de los habitantes del Estado Dorado lo apoya, muchos lo han criticado por hacer demasiado poco y demasiado tarde. Como le dijo a SEMANA Calestous Juma, profesor de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, “la muerte de 12 millones de árboles debido a la sequía es la más sombría advertencia de lo que está pasando. Y, sin embargo, no parece haber una acción coordinada para enfrentar el equivalente ecológico de una guerra mundial”.

De hecho, en el último medio siglo la temperatura ha subido un grado centígrado en la zona occidental de Estados Unidos y, desde entonces, en California ha disminuido el volumen de nieve acumulada en sus montañas, que además comienza a derretirse antes de los usual, y ha aumentado la frecuencia de los incendios forestales. Una seria amenaza para el principal productor agrícola de ese país y para una de las despensas alimentarias del mundo. En efecto, las autoridades les han ahorrado los recortes a los agricultores (que usan el 80 por ciento del agua de la región), lo que ha creado graves fricciones con las comunidades y ha incluso producido movilizaciones sociales.

En São Paulo, la sequía comenzó más tarde que en California, a finales de 2013, con la llegada del verano más severo de la historia de Brasil y una temporada de lluvias más seca de lo previsto. Sin embargo, allí la crisis es más aguda, las perspectivas a mediano plazo son peores y el margen de maniobra menor. De hecho, a la ciudad más poblada de Suramérica y a su región les quedan pocos meses de agua, pues la capacidad de su principal fuente de abastecimiento hídrico, el sistema de seis presas de Cantareira, se encuentra por debajo del 10 por ciento de su capacidad.

En la ciudad de São Paulo, la crisis se explica en parte por el pésimo estado de las tuberías de la ciudad –por las que se escapa un tercio del agua potable antes de llegar a los consumidores– y por la ausencia de medidores confiables que permitan saber cuánto líquido usa cada consumidor. También, por la reticencia de las autoridades a afrontar los costos políticos de un aumento de precios que desestimule el consumo ante el temor de que la gente regrese a las calles a manifestarse, como lo hizo en 2013 tras la subida de algunos centavos en el precio del transporte público. Del mismo modo, solo hasta las últimas semanas se ha hablado de un racionamiento, no obstante desde hace meses –y sin previo aviso– los recortes sean un hecho en la mayor parte de Sao Paulo y en otras 19 ciudades del estado.

Sin embargo, la causa principal de la crisis hídrica por la que atraviesan la ciudad y la región es mucho más profunda y difícil de corregir. Como le dijo a esta revista Paulo Nobre, climatólogo e investigador del Centro de Pronóstico del Tiempo y Estudios Climáticos de Brasil, un factor clave de la sequía ha sido “la continua eliminación de los bosques naturales alrededor de la ciudad y a lo largo de los ríos, lo que ha acelerado el ciclo ecológico e impedido que los acuíferos profundos puedan reabastecerse. La cuenca del sistema Cantareira ha perdido el 80 por ciento de su selva húmeda original”.

Brasil, que ha sido llamado la ‘Arabia Saudita del agua’ por la enorme cantidad de energía hidroeléctrica que generan sus represas (cerca del 70 por ciento del consumo nacional), podría parecerse al reino del desierto por otras razones. De hecho, si en el corto plazo no disminuye el volumen de agua consumido, la mayor parte de la población de São Paulo solo podrá recibir el suministro mediante carrotanques. Una verdadera paradoja para una ciudad que, además, es atravesada por un río ancho y caudaloso como el Tieté, al que un mal manejo ambiental lo tiene convertido en una alcantarilla a cielo abierto.

La coincidencia de las crisis por las que atraviesan California y São Paulo tienen a muchos pensando si estas se deben al calentamiento climático, sobre el que la comunidad científica viene advirtiendo desde hace varias décadas. Y si bien no existe un consenso entre los especialistas, que advierten sobre las dificultades de identificar las causas específicas de un fenómeno tan complejo, sí existen estudios que muestran que este agrava las sequías.

Daniel Swain, investigador de la Universidad de Stanford, le dijo a SEMANA que “el calentamiento climático ya ha hecho que aumente el riesgo de que coincidan altas temperaturas con una baja humedad, lo que hace que las actuales sequías duren más y sean más severas. También hemos encontrado que las altas temperaturas han hecho que sea más probable que se produzca una presión atmosférica extremadamente alta y persistente sobre el Pacífico nororiental, que bloquea la trayectoria de las tormentas e impide las precipitaciones”.
 
 

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