Quienes alguna vez hemos estado en la comuna 13 de Medellín, hemos recibido de los guías turísticos y de los propios habitantes de la zona, la información acerca de lo que representa la denominada escombrera.
Vale la pena visitar y recorrer dicha comuna, no solo porque representa el contraste entre el pasado y el presente, sino también porque es una muestra de resiliencia, puesto que, aunque parecía estar condenada a la violencia, en un trabajo mancomunado entre los residentes y algunos gobiernos de la ciudad, lograron construir un lugar donde la creatividad se impuso sobre el crimen y el miedo.
Pero el pasado existe y no se olvida. En ese mismo sitio donde hoy florece la paz se llevó a cabo una sangrienta operación de exterminio liderada por las fuerzas militares de Colombia, quienes con el apoyo de los paramilitares, realizaron actos criminales, incluida desaparición forzada.
Con el argumento de liberar la comuna de la guerrilla y la delincuencia asesinaron a muchas personas, y para ocultar su salvaje actuación, depositaron los cadáveres en la escombrera, ocultándolos bajo toneladas de tierra.
Les funcionó por unos años, hubo complicidad de quienes debían investigar y castigar a los responsables, pero la llegada de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) hizo que esa verdad comenzara a desenterrarse y lo que era un secreto a voces se constituyera en una realidad que ahora resulta innegable.
Los resultados de la JEP demuestran las razones reales por las cuales hubo una feroz oposición al acuerdo de paz suscrito con las Farc. Poco les convenía que esa verdad saliera a la luz, era mejor mantenerla oculta de tal manera que permitiera encubrir una muestra más del comportamiento criminal de los gobiernos de la mal llamada seguridad democrática.
Es entendible el malestar del “gran colombiano”. De posar como héroe ante el país ha pasado a ser identificado como el mandatario que tiene la responsabilidad política de atroces crímenes, incluidos los asesinatos y desapariciones que se están desenterrando en la escombrera de la comuna 13 y los 6.402 asesinatos de Estado, mal denominados falsos positivos.
Podrá vociferar todo lo que quiera, pero sus gritos no silencian esa verdad desenterrada y el hecho incontrovertible de que sus manos estarán por siempre manchadas de la sangre de colombianos, que en muchas ocasiones fueron simples víctimas de un Gobierno que solo deseaba mostrar resultados para justificar y ocultar su actuar delincuencial.