“No llores porque terminó, sonríe porque sucedió” espectacular frase que dicen que la dijo Gabo. Charlando con unos amigos, surgió el tema. Me sorprendió no tener una postura definida. Recordé la canción de Eladia Blazquez “Honrar la vida”. Hoy propongo dejar de huirle a la muerte. Vivimos en una sociedad obsesionada con la juventud eterna. Acosados por tratamientos que prometen congelar el tiempo, parece que estamos empeñados en negar lo único que tenemos asegurado y que nos hace humanos. ¿Qué pasa cuando el miedo a lo inevitable nos conduce a una lucha absurda contra la naturaleza?
No es un enemigo a derrotar; es la culminación de un ciclo que todos compartimos y debemos disfrutar antes de pensar y obsesionarnos con el final. Ignorándola no desaparecerá. Este silencio colectivo nos condena a vivir con ansiedad, persiguiendo quimeras en lugar de aceptar la realidad con dignidad aprovechando cada momento que tenemos la suerte de poder experimentar.
Es el tabú que nos debilita como sociedad. No la nombramos, no la discutimos, no la preparamos. La encerramos en rincones oscuros mientras nos refugiamos en la superficialidad de un mundo que nos promete “vida eterna” a través de costosos filtros y bisturís. ¿Cuánto cuesta esta negación? Nos roba la capacidad de vivir plenamente, de planificar nuestras decisiones y de abrazar nuestra humanidad. Sugiero un “Carpe diem” con las limitaciones éticas de cada uno.
¿Cuántos de nosotros postergamos conversaciones esenciales sobre el final de la vida porque “no es el momento”? Todo es una cuestión de actitud. Las cirugías estéticas son bienvenidas si colaboran con nuestra autoestima, pero ¿cuántas personas se someten a intervenciones riesgosas porque temen envejecer?
Hablar de ella no es morbosidad, es un acto de coraje. Abordar temas como nuestros deseos médicos, la donación de órganos o el tipo de despedida que queremos no solo nos alivia, sino que libera a nuestros seres queridos de decisiones angustiantes. Reconocer nuestra mortalidad nos invita a vivir con propósito.
Cuando aceptamos la muerte, la vida adquiere una nueva profundidad. Apreciamos la belleza de lo efímero: desde un abrazo que puede no repetirse (¡vamos! abrí tus brazos ya!) hasta una expresión de amor postergada. Al entender que somos temporales, aprendemos a amar de verdad, a crear legados que trascienden.
Es hora de romper el pacto de silencio entorno a la muerte. No temamos planificar, compartir y reflexionar. Porque, al final, entender que vamos a morir es lo que nos enseña a vivir. ¿Estamos viviendo para evitar la muerte o para aprovechar al máximo el tiempo que se nos ha dado? Conversemos, abramos nuestro corazón con sinceridad. No sabemos cuándo, pero estamos seguros que va a pasar en algún momento.