«“En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Jesús les respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”. Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti”. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él”.» (Mateo 11, 2-11)
Padre Elcías Trujillo Núñez
Continuamos nuestro itinerario de Adviento, y en este tercer domingo se resalta una de las más importantes características que deben definir a un cristiano: la alegría. Por eso en la primera lectura que escuchamos hoy del profeta Isaías, hace una referencia a ella, invitándonos a estar alegres en el Señor.
Jesús en el Evangelio se presenta como Buena Noticia, la que produce el verdadero gozo, la mayor alegría en quienes la reciben. El Evangelio se presenta como la gran experiencia de alegría, de gozo y de positividad, muchas veces, a lo largo de los siglos, lo hemos olvidado los cristianos, haciendo hincapié en una religión del dolor, del sufrimiento, de la mortificación, de las caras serias, de rostros de estampitas como dice el Papa Francisco, de la represión de todo lo que pudiera oler a placer de vivir. Claro que no estamos hablando de la alegría plástica y falsa que preconiza nuestra sociedad de consumo actual, que más que alegría de verdad ofrece simple ocio y entretenimiento y diversión.
Tampoco hablamos de la alegría natural que se deriva de que las cosas nos salgan bien. O de la alegría tonta de quien no se entera de la vida y la vive de forma inconsciente o irresponsable.
Hoy la Palabra de Dios nos habla de la alegría que nace de Dios, la alegría de sabernos amados siempre por Él, la alegría que no se va cuando nos llegan los problemas y dificultades, la alegría de compartir los dones y talentos que hemos recibido de su bondad, la alegría de ser solidarios con el pobre, la alegría de valorar las cosas más sencillas que nos rodean, la alegría de dar vida a los que están como muertos en nuestra sociedad, la alegría de hacer andar a los cojos de alma y de espíritu, la alegría de transmitir luz a quienes ya no ven la hermosura de la creación, la alegría de hacer brotar la esperanza en medio del pesimismo que nos rodea, la alegría que nace de lo más esencial del Evangelio de Jesús que hoy es proclamado ante Juan el Bautista.
Continuemos el camino del Adviento y seamos en esta semana verdaderos misioneros y testigos de la alegría que da Dios y de la alegría que sentimos al compartir. Digamos al mundo con nuestro propio ejemplo, que no hace falta tener muchas cosas para ser feliz, al contrario, que la felicidad está precisamente en vivir de forma sencilla y solidaria. Y no nos quedemos con esa alegría en nuestro interior, se nos ha dado para contagiarla y transmitirla. Convenzámonos de que el mundo de hoy necesita más que nunca de esta alegría sana, sencilla y verdadera.
Nota: el próximo domingo bendeciremos en todas las Eucaristías la Imagen del Niño Dios.