La vida es misión

«En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».  (Marcos 16,15-20) 

 

 

Padre Elcías Trujillo Núñez

 

 

La ascensión es un misterio. Significa la glorificación, la exaltación de Cristo. No es la partida de Cristo, si así fuera, estaría en contra de toda nuestra fe en la presencia real de Él, en su promesa de que “estaría con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28,20).

La Ascensión no es más que una desaparición: Cristo se ha hecho invisible, pero sin dejar de estar presente. Está incluso más presente que nunca, ya que la ascensión es una intensificación de su presencia, una extensión de la acción de Cristo a todos los tiempos y a todos los lugares. El Señor no se ha marchado, está con nosotros para siempre. Pero esta fiesta se centra en algo más, el envío solemne de sus discípulos a continuar su tarea. “Id al mundo entero, curad enfermos, liberad a los poseídos…Proclamad la Buena Noticia…” Jesús envía a continuar su tarea y dirige este envío a todos sus discípulos en la persona de los apóstoles.

Esto quiere decir que Jesús, al enviar a sus primeros discípulos, también nos envía a nosotros a ser anunciadores de su Reino. Esto significa que para nosotros la vida es misión. Jesús nos envía a continuar su tarea: construir el Reino, una sociedad mejor, más humana. Él ya ha cumplido; ahora nos toca luchar a nosotros. Pero no se ausenta ni nos abandona. Empeña su palabra: “Con vosotros me quedo hasta el fin del mundo”. Cuando Pedro y Juan curan a un paralítico, testimonian: “No lo hemos hecho con nuestro poder, sino con el poder de Jesús de Nazaret, al que Dios ha resucitado”.

¿Fe viva?

Lo mismo dirá San Pablo cuando cura a un lisiado: “No he sido yo el que ha actuado, sino la gracia de Dios conmigo”. Esto significa que, al ser enviados, Cristo nos acompaña: Con vosotros me quedo, no para estar como testigo mudo, sino para actuar “en” vosotros, “con” vosotros y “por” vosotros. ¿Tenemos fe viva en esa presencia actuante y dinámica de Jesús en nosotros?

El relato de la ascensión nos recuerda que, a partir de su muerte y glorificación, nosotros somos su repuesto. Jesús actúa a través de nosotros.

No tiene más lengua que la nuestra para anunciar la Buena Noticia, sembrar esperanza, propiciar la reconciliación, alentar al deprimido, consolar al triste, orientar al extraviado, defender al difamado…Si los que hemos de prestarle nuestra lengua, no lo hacemos, Cristo, por nuestra culpa, será mudo.

 

Una sociedad mejor

Jesús no tiene más manos para construir una sociedad mejor, para hacer de samaritano con los malheridos de nuestro entorno, ni para acariciar a los niños o abrazarles, que nuestras manos.

Si nosotros nos negamos a prestárselas para la acción, lo convertimos en manco. No son necesarias situaciones extremas para ser mediación de Jesús, para que él actúe en nosotros. Cuando con nuestra colaboración echamos una mano para que nuestra familia, nuestro entorno laboral, nuestra comunidad de vecinos funcionen mejor, cuando nos disponemos a ejercer la función de catequista o de animador litúrgico, cuando cogemos en nuestros brazos al abuelo parapléjico para acostarlo, cuando donamos un mercado a los más pobres, cuando visitamos a un enfermo nos estamos prestando para que Cristo actúe a través de nosotros. Jesús no tiene más corazón para crear amistad, para suscitar comunión, para provocar alegría y confianza que nuestro propio corazón.

Si nos negamos a prestarle nuestro corazón para amar, Él será el gran ausente en nuestra historia. Aquellos a los que quería haber satisfecho su ansia de amar y ser amados, se quedarán hambrientos de afecto, insatisfechos interiormente. Esto implica la gran responsabilidad que como seguidores suyos tenemos, ya que podemos impedir o facilitar la actividad del Señor.

Nota: Feliz día mamá. Gracias porque lloras conmigo mis tristezas y te regocijas con mis alegrías.

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