Gabriel Calderón Molina
Miembro de Número de la Academia Huilense de Historia*
Con motivo de la llegada hace 100 años del etnólogo Konrad Theodor Preuss a San Agustín y el inicio de las investigaciones arqueológicas y antropológicas en torno al conjunto de más cuatrocientas esculturas en piedra de lo que se conoce como la Cultura Agustiniana, asentada en los municipios de San Agustín, Isnos y Saladoblanco, se ha despertado, por parte de diversas personas interesadas en el tema, un debate que no puede pasar desapercibido por la academia ni por los amantes de la cultura y el turismo.
Me refiero al caso particular de las estatuas que fueron sacadas de San Agustín en 1914 y luego llevadas a Berlín por dicho investigador alemán, las cuales hoy hacen parte del inventario del Museo Etnológico de Berlín, cuya devolución al sitio de origen se ha convertido para algunos en una exigencia que debe estar a cargo del Gobierno nacional.
No se trata de entrar a contradecir a quienes consideran que el Gobierno colombiano debe comprometerse en la tarea de la devolución de las esculturas que se encuentran en dicho Museo, sino más bien en una invitación a un examen que permita valorar las conveniencias que puedan resultar a partir del estudio de las dos únicas alternativas que hay a la vista.
La primera de ellas, es la del trámite por el Gobierno nacional de su devolución, y la segunda es la de que permanezcan en Berlín.
Por supuesto, no es este el espacio para discernir si sobre el transporte de las estatuas a Alemania se pueda calificar de un robo o no de nuestro patrimonio cultural. En el análisis que sobre este asunto hace el escritor y periodista Vicente Silva Vargas, y que publicó LA NACIÓN en las ediciones correspondientes a las fechas 6 y 7 de octubre de 2013, se encuentran elementos de análisis muy interesantes para fijar criterios sobre el particular. En consecuencia, me limitaré en este escrito a examinar esas dos alternativas.
La devolución de las estatuas
Para muchos, la devolución de las estatuas es un acto dignidad nacional. Máxime en las actuales circunstancias surgidas no solo por el hecho de que forman parte de un patrimonio cultural que fue declarado en 1995, como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, sino por la forma como dichas estatuas fueron sustraídas y llevadas a Alemania en donde solamente tres de las 23 que figuran en el inventario del Museo Etnológico de Berlín están siendo exhibidas en una pequeña sala que no da lugar a ser reconocidas como originarias de San Agustín, en Colombia, ni menos como parte de un patrimonio mundial.
Incluso el documento que se distribuía a los visitantes en el año 2006, en donde se explicaba uno a uno los contenidos de las diferentes salas por países, omitía inexplicablemente la sala Colombia. O sea que el texto guía del recorrido de los visitantes por el museo, al excluir sala, se estaba demostrando que las piezas en exhibición carecían de interés museológico, no obstante que para ese año la Cultura Agustiniana ya había recibido el reconocimiento de la Unesco.
En circunstancias como las descritas, retornarlas a su sitio de origen pasaría ser, más allá de los sentimientos patrióticos, una opción válida para la cultura y el turismo nacional. Sin embargo, esta alternativa tiene su lado negativo.
En las bodegas del Parque Arqueológico de San Agustín reposan centenares de estatuas que no son exhibidas al público debido a los insuficientes espacios disponibles. Traerlas a San Agustín, fuera de la curiosidad que en principio despertaría en los visitantes, con el correr del tiempo, pasarían a formar parte del inventario de bodega, al igual como se encuentran en Berlín y de las demás que hacen parte del parque arqueológico de San Agustín. O sea que regresarlas para sumarlas a este inventario, carece de sentido práctico a menos que se garantice que para esas esculturas se organice una sección o espacio especial de exhibición dentro del parque arqueológico.
Que permanezcan en el Museo de Berlín
En mi publicación “El Centenario del Descubrimiento Científico de la Cultura Agustiniana” , al plantear la necesidad de hacer una reingeniería cultural, turística y ambiental de la zona arqueológica (pág. 25), escribí lo siguiente: “Buscar la repatriación de las piezas arqueológicas que están en el exterior mediante una política de Estado. Emprender un proceso diplomático para recuperar las piezas arqueológicas que fueron sustraídas y cuya ubicación es conocida en el exterior (Berlín, Denver, Londres, Santiago de Chile, etc.).
Con relación a las que están en el Museo Etnológico de Berlín, ¿por qué no intentar un convenio con Alemania en el que a este museo se le considere como una avanzada de San Agustín en Europa y como punto de partida para su difusión y promoción en el viejo continente?”.
La presentación de esta propuesta en dicho documento y en alguna de mis columnas sabatinas en LA NACIÓN de Neiva, ha originado que varios de los lectores me hayan solicitado que la amplíe en el sentido de que las condiciones actuales de la comunicación y la interacción virtual permiten que los dos museos, el Berlín y el de San Agustín, funcionen como una sola unidad, es decir que la exhibición de las piezas en Berlín fueran una prolongación de lo que exhibe en San Agustín y viceversa; o sea que las esculturas que se exhiben en San Agustín se vieran en Berlín como una exhibición de nuestros parques arqueológicos declarados Patrimonio de la Humanidad (San Agustín e Isnos). Y que al mismo tiempo, los turistas que ingresen al museo arqueológico de San Agustín, a través de pantallas puedan apreciar las que se exhiben en la capital alemana.
Llegar a este proceso demandaría un convenio cultural entre ambos gobiernos en el que -para empezar- se requeriría que el Museo Etnológico de Berlín exhibiera las esculturas en una sala amplia cuya ambientación reflejara espacios y condiciones propias del entorno natural de San Agustín, como es el Macizo Colombiano. Sería esta la forma de conseguir que los europeos valoren la cultura agustiniana en su verdadera dimensión y al mismo tiempo la promocione e induzca a los visitantes a venir a conocer sus enigmas mítico-religiosos en un escenario de la naturaleza como es el Macizo Colombiano en la cordillera de los Andes.
De abrirse paso esta alternativa, habría un significativo impacto para el turismo europeo hacia San Agustín. Traer las esculturas para que hagan parte del inventario de bodega carece de sentido, es mi modesta opinión.
Gabriel Calderón Molina es ex alcalde popular de San Agustín. Ex director de Planeación Departamental (en dos oportunidades 1968-1971 y 1984-1985). Director Regional del ICBF (1972-1978). Director de Planeación de Neiva (1988). Catedrático Universitario. Autor de los siguientes libros: Huellas de la noche larga (2000); Memorias de la Montaña (2007); El Centenario del Descubrimiento Científico de la Cultura Agustiniana (2012) y Las Dos Muertes de Gerardo Murcia Murcia (2013). Es columnista de LA NACIÓN desde 1998.