Una y otra vez, aprovechando de manera inmisericorde el estado de angustia y zozobra ya interminable, aquellos que tienen en sus manos la simple voluntad de poner en libertad a indefensos e inermes colombianos secuestrados, dan largas y más largas para hacer efectivo ese elemental derecho de cualquier ser humano. Una y otra vez, aprovechando de manera inmisericorde el estado de angustia y zozobra ya interminable, aquellos que tienen en sus manos la simple voluntad de poner en libertad a indefensos e inermes colombianos secuestrados, dan largas y más largas para hacer efectivo ese elemental derecho de cualquier ser humano. La guerrilla vuelve a dar las muestras que ya les conocemos de vieja data, de dilatar cualquier anuncio que hacen en torno a lo que el país espera de un gesto humanitario, si así se le puede denominar, o de muestras de alguna voluntad de paz, como lo están haciendo en este momento respecto de la libertad de sus policías y militares secuestrados. Pese a que el anuncio de entregarlos a una comisión humanitaria, encabezada por la organización Asfamipaz y su líder Marleny Orjuela, se produjo hace ya varias semanas, junto con la histórica decisión – por ahora en las letras y parcial – de cerrar el oprobioso capítulo de los secuestros con fines económicos, vienen ahora más condicionamientos. Es evidente que cada vez que se informa de una inminente liberación viene el rédito político que esperan obtener sus captores. Lastimosamente el país todo pareciera haberse adormilado de nuevo, en medio de las cotidianas preocupaciones o de tantos otros debates que acaloran el ambiente nacional, y haber olvidado a aquellos compatriotas, servidores públicos guardianes de nuestra tranquilidad, que hace más de catorce años permanecen encadenados, sometidos, humillados y condenados a una pena injusta, ilegítima y criminal. No cabe duda alguna de que, como en tantos otros espacios sociales, en éste hay dolorosamente una categorización de individuos: los de primera o VIP que merecieron toda la atención nacional e internacional, encabezados – sin que fuese su culpa o su pretensión vale decirlo – por Ingrid Betancourt y los tres contratistas estadounidenses; los de segunda conformado por los congresistas, la mayoría paisanos nuestros y otros ex servidores públicos de alto nivel; los de tercera, militares y policías de algún rango importante, y los de cuarta, aquellos que aún hoy están bajo el suplicio de esta condena interminable. Por supuesto que tal estratificación o discriminación es inaceptable bajo la vigencia de un Estado democrático y pluralista como el nuestro, y en casi ningún lugar del mundo sería permisible, pero nuestra idiosincrasia y largos antecedentes de Nación dividida y clasificada aún da espacio para tales divisiones irritantes. Por ello quizá los captores se dan tantas largas, de manera alegre y cínica, considerando que a la mayor parte del país ya el asunto no le resulta tan esencial para su vida diaria, incluyendo a los líderes políticos y de las instituciones que estos hombres secuestrados representaban y por cuya única causa están bajo el suplicio de las cadenas. Sólo una nueva sensibilización nacional podría presionar a los secuestradores a ponerse serios y cumplir esa palabra que, esperamos, aún tenga algún valor. “Sólo una nueva sensibilización nacional podría presionar a los secuestradores a ponerse serios y cumplir esa palabra que, esperamos, aún tenga algún valor”. Editorialito Las comunidades del occidente del Huila siguen esperando soluciones de fondo para rehabilitar la infraestructura vial, seriamente deteriorada por la pasada ola invernal. Y lo más grave, ya comenzó la nueva temporada de lluvias y estamos en pañales.