¡Vaya democracia la nuestra! La de muchas encuestas y pocos debates, la de campañas cortas y dinero en abundancia, aquella que es motivo de repudio por la ciudadanía, pero producto de la misma.
A escasos días de las elecciones más importantes del país, muchos colombianos no saben que pasará el 25 de mayo ni mucho menos por quién votarán, las razones para que se presente este fenómeno, se encuentran precisamente en el modo en que particularmente esta Campaña presidencial se ha venido desarrollando. En primer lugar, está el fenómeno de las encuestas, práctica de vieja data que ante el poco empeño de los medios de comunicación por realizar debates serios, con una amplia cobertura y difusión, hacen que la razón de ser de este ejercicio estadístico se ponga en entredicho. En lo que a mí respecta, las encuestas han demostrado ser una herramienta muy útil para el político tradicional si la vemos desde dos perspectivas, la encuesta realizada por firmas consultoras serias, que prácticamente desalientan al votante de apoyar al candidato de su preferencia si este aparece muy rezagado en los sondeos. Y las encuestas “arregladas”, esas que surten un efecto similar pero su resultado depende de quien las haya encargado. Sobre los debates, pueden existir muchos reparos, sin embargo, vienen a ser el elemento más relevante en una democracia sana, ya sean como interacción entre el candidato y el pueblo, o entre los candidatos de cara al pueblo. La cuestión es que, de lo uno o de lo otro nada se ve. Todos los candidatos han optado por correrías maratónicas por las diferentes regiones del país para tener contacto directo con las comunidades, invitando a las personas a reuniones de mucho colorido, mucha publicidad, pero con resultados que no resultan ser más que otra cifra estadística; es como ir a ver una película aburrida sin interacción alguna, en donde los asistentes son espectadores y no participantes, muy distinto a lo que acontecía en las ágoras griegas en donde la gente hablaba, interpelaba, aplaudía o abucheaba a quien tenían al frente. Aquí no, aquí quien se atreve a cuestionar los planteamientos de algún candidato puede correr el riesgo de que éste, lo tilde de gamín, y es en ese momento en que, como lo dijera alguna vez el desaparecido Álvaro Gómez Hurtado, no se trata de cambiar un presidente, se trata de un cambio de régimen. Puede que el “gamín” sea de otra campaña pero es que ¿acaso eso tiene algo de raro? ¿Gobernará el candidato únicamente para aquellos que votaron por él? Con razón en los debates entre candidatos hay más sillas vacías que protagonistas, la mayoría quiere seguir con su discurso sin interrupciones, sin percatarse -y ahí viene lo cómico de esta tragicomedia- en que todos proponen lo mismo:más empleos, mejor cobertura de educación, un revolcón del sistema actual de salud (si usted escucha cada cuña radial, propaganda y/o jingle lo comprobará) y sin embargo no sabemos en donde radican las diferencias.Tal vez, esto solo lo sabremos cuando el dinero que se desborda en las campañas sea menos importante que las ideas que ayuden a construir una mejor democracia y por ende, un mejor país.