Por limitaciones de espacio y el abuso que no se debe hacer de estas páginas, faltaron algunos detalles de toda la vivencia del recorrido sucesivamente accidentado, como fue el efectuado recientemente por un grupo de amigos conformado por Liberio Jiménez (convocante), Héctor Álvarez, Jimeno Andrade, Monina Ramírez, Hernán Velazco, Mónica González, Aristóbulo Álvarez, Yolanda Araujo, Luis Fernando Montaña, Edgar Garzón (conductor) y este columnista, atraídos por conocer la maravillosa Reserva Meremberg, odisea relatada en la crónica que me publicó LA NACIÓN con gran despliegue el sábado y domingo pasados.
Lo no descrito fueron las reacciones que tuvimos cuando no reencontramos después de habernos perdido en uno de sus bosques, que se tradujeron en comentarios con el mejor sentido del humor, sobre las acrobacias, caídas, embarradas, sustos, en fin. La suerte de no haber sido atacados por la más pequeña alimaña y no habernos llovido; que nadie entró en pánico; que estuvimos dispuestos a quedarnos toda la noche en la manigua sin prever que por el intenso frio fuéramos a ser objeto de hipotermia; que cuando se emprenda una salida de esta naturaleza debe iniciarse por la mañana, encabezados por verdaderos guías con machetes, potentes linternas y hasta botiquín. Desde luego con ropa y botas adecuadas. Y no hacer, que fue lo que también nos causó hilaridad, lo que ocurrió con Hernán Velazco. Cargó de todo. El pito que llevó sonaba debilucho. El manual de instrucciones de la brújula lo dejó en el equipaje, o sea que no le sirvió para nada; la linterna también se le quedó. Hasta el habla perdió después de joder tanto. ¡Cállese la geta! le ordeno Héctor Álvarez cuando tocaba la guitarra para relajarnos de los efectos de la inédita experiencia que acabábamos de afrontar. De inmediato Velazco se fue para su habitación. Entonces Liberio, plato en mano, porque habían servido la comida, se fue a cucharearle y convencerlo para que volviera a la amena reunión y asistiera a su conferencia. Regresó achantado. Ello posiblemente por culpa de su estado ¡hip! producto del whisky que se tomó. Casi toda la botella. Precisamente por tanta habladera le pusimos “Radio roto”.
A propósito de Héctor Álvarez, me sorprendió su energía. A pesar de sus 75 años de edad y ante el hecho de habernos ido los dos adelante por la maraña del bosque, nunca lo vi fatigado. Por mi parte, creo que me sirvieron para resistir semejante prueba los ejercicios que hago diariamente intercalados, como natación, gimnasia y caminar una hora al amanecer. Y como dijera el poeta, para alcanzar la gloria, mucho, mucho amor…