La lección chilena del 11 de septiembre de 1973, no puede olvidarse jamás. El país de América Latina con la tradición más democrática, con gran desarrollo de su cultura política, en donde la izquierda unida había ganado las elecciones en 1970 y llevado a la presidencia al socialista Salvador Allende, un marxista convencido que en Chile era ´posible el tránsito pacífico del capitalismo al socialismo, fue derrocado y asesinado por un sangriento golpe de Estado orquestado por las Fuerzas Armadas, en estrecha coordinación con la CIA y el gobierno de Estados Unidos, dirigido por Richard Nixon como presidente y Henry Kissinger como Secretario de Estado. Allende, con 40 de sus colaboradores más cercanos, resistió valientemente el bombardeo aéreo del palacio presidencial y el ataque de los tanques, hasta el momento de su muerte. Después el fascismo quiso opacar su acción heroica, con la leyenda de que se había suicidado. La dirección militar del golpe estuvo a cargo del general Augusto Pinochet, quien día antes había sido nombrado por el presidente como comandante del ejército. Para el mundo debió quedar claro que las Fuerzas Armadas no defendían la Nación, ni la Constitución y sus leyes, y menos al pueblo. Defendían la oligarquía de terratenientes, burgueses y capital imperialista, afectados por la Reforma Agraria, la ley antimonopolios y las nacionalizaciones contra algunas empresas extranjeras y sobre todo estadounidenses. No querían la educación y la salud universal para todos los chilenos que estaba implementándose. Por eso promovieron la felonía del golpe militar.
Tampoco les importaba la paz. Los militares en sus 17 años de dictadura generaron más de 3.000 muertos, cerca de 10.000 desaparecidos y 200.000 refugiados en otras naciones. La economía chilena, que, en los 3 años del Poder Popular, había tenido un crecimiento cercano al 8%, se vino a pique, con recesión, desempleo y vuelta a las condiciones de miseria y pobreza anteriores al gobierno de la Unidad Popular. En 1982 la recesión alcanzó el -14.3%, el desempleo se aproximaba al 25% y al final de la dictadura en 1990 la pobreza era del 40% de la población. La alta oficialidad de las fuerzas armadas latinoamericanas, educada en la Escuela de las Américas por los gringos, sólo se les enseña a combatir el comunismo, a enfrentar la rebeldía popular y a ser dóciles ante los amos del norte. Allí no se aprende la buena economía, el derecho ni la filosofía humanista. Por eso suceden fenómenos como el de esta semana en Tierralta (Córdoba), donde un grupo de militares disfrazados de guerrilleros, atropellaron la población civil, buscando dañar los posibles acuerdos de paz con estas disidencias. La paz necesita una institución militar educada en principios democráticos y alejada de las doctrinas fascitas.