Los desaciertos de los padres

Especial LA NACIÓN
En mi proceso de formación como psicóloga he tenido la oportunidad de investigar, compartir, educar y sobre todo escuchar a muchos jóvenes que justifican sus acciones a través de los ejemplos que les proveen sus padres. Con frecuencia escucho frases como: “Mis padres predican pero no aplican” o “Ellos creen que con la plata lo compran todo”, expresiones que pueden tener gran significación. Muchos padres nos dedicamos a formar un prototipo de hijo que la sociedad nos exige y nos olvidamos por un momento del hijo que realmente debemos formar para nosotros en casa. Infortunadamente, el afán por formar los hijos perfectos nos lleva a incurrir en grandes desaciertos.
“Sigue mis instrucciones, no mi ejemplo” (Peck, 1997) es la expresión más recurrente de los padres cuando quieren educar a sus hijos por encima de sus errores, sin darse cuenta de que el ejemplo es contagioso. Partamos de un simple ejemplo, exigirles a los hijos que deben comer saludablemente, con alto contenido de frutas, verduras y agua, cuando ellos por ningún lado observan que esta conducta sea practicada en casa por sus progenitores o tutores. ¿Cómo podrían entonces adquirir el hábito si este no puede ser observable?

En otros casos, algunos padres se emborrachan en presencia de sus hijos sin darse cuenta quizás del mensaje que les están proyectando. ¿Podrán estos padres exigirles a sus hijos, ya adolescentes, que no se emborrachen cuando la información que adquirieron por parte de sus padres fue opuesta? Otros jóvenes tienen el infortunio de presenciar acciones agresivas en sus padres en la resolución de conflictos familiares, conductas descorteses y apáticas con los vecinos o comportamientos desleales con sus amigos, entre otros. Es la coherencia entre el discurso y la acción un factor fundamental en la formación de nuestros hijos.

“No quiero que le falte a mi hijo lo que a mí me faltó” constituye otra típica frase de los padres como parámetro de amor hacia sus hijos. Este asistencialismo desmedido nos lleva en ocasiones a formar jóvenes pusilánimes, carentes de ganas de luchar y alcanzar sus proyectos con esfuerzo, porque todo lo han obtenido relativamente fácil. La complacencia y generosidad de sus padres los ha llevado por un camino de comodidades. Sin embargo, como lo proponía Confucio, el gran maestro chino, “los padres debemos criar a nuestros hijos con un poco de hambre y un poco de frío”, para volverlos tolerantes a las dificultades, a la frustración, al fracaso, y a todos esas facetas que tratamos al máximo de evitar en el recorrido de nuestros pupilos.

Por otro lado, tenemos los hogares donde prevalece la coherencia, los jóvenes ven en sus padres unos modelos a seguir por su ejemplar conducta intrafamiliar y social; estos jóvenes tienen sus ideales bien forjados y en compañía de sus padres luchan por llegar a una meta soñada. Más allá de aprovisionarlos con todo lo material, estos padres les enseñan a sus hijos el camino para obtenerlo, con responsabilidad, disciplina y amor. En otras palabras, estos padres no aspiran a suplir la carencia de tiempo de acompañamiento a sus hijos con el suministro desbordado de recursos. Como lo expresa el psiquiatra Scott Peck (1997), “la buena disciplina exige tiempo” y tiempo es lo que menos tenemos los padres hoy día, destacando por supuesto que el mundo moderno exige que los dos padres se vinculen al mundo laboral dejando gran parte de la formación de sus hijos a la merced de la escuela, de la abuela o de una empleada doméstica.

Por lo anterior, es esencial que nuestras exigencias paternales se desprendan fácilmente de nuestras propias acciones, más que de nuestros incoherentes discursos; que en medio de nuestras tantas metas profesionales y compromisos laborales, encontremos el tiempo para acompañar a nuestros hijos en el cumplimiento de las suyas; y que dicho acompañamiento desborde en el fortalecimiento de valores, más que en el aprovisionamiento material. De esta manera, formaremos un prototipo de hijo para nosotros en casa, pero también preparado para hacerle frente acertadamente a los retos que vivirán en una sociedad llena de desaciertos.

Referencias:
Peck, S. (1997) La nueva psicología del amor. Editores España

Para contacto: lina_silvana@yahoo.es

“Es esencial que nuestras exigencias paternales se desprendan fácilmente de nuestras propias acciones, más que de nuestros incoherentes discursos; que en medio de nuestras tantas metas profesionales y compromisos laborales, encontremos el tiempo para acompañar a nuestros hijos en el cumplimiento de las suyas”


Silvana Velásquez
 

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