¿Admirador o seguidor de Cristo?

«En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus discípulos y fijándose en Jesús que pasaba, dijo: Este es el cordero de Dios. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús, Jesús se volvió y al ver que lo seguían, les pregunto: ¿Qué buscáis?   Ellos le contestaron: Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?  Él les dijo: Venid y lo veréis. Entonces fueron, vieron donde vivían y se quedaron aquel día, serían las cuatro de la tarde.  Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).  Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro).»  (Juan 1, 35-42).

Padre Elcías Trujillo Núñez.

En este domingo, el Evangelio nos presenta a los primeros discípulos en su encuentro con Jesús y su seguimiento a Él. Así nos enfrenta con una de las exigencias fundamentales de la fe: el seguimiento de Cristo. Resulta ya no una vocación extraordinaria – como la del profeta Samuel en la primera lectura de hoy (1 Samuel 3, 3b-10. 19) – sino válida para todos los cristianos, para cada uno de nosotros. Para clarificar el contenido de esta exigencia evangélica, es necesario hacer una distinción. Debemos distinguir entre los seguidores y los admiradores de Cristo. Él mismo insiste siempre en que es preciso seguirle. Jamás dice que busca admiradores. Deja bien en claro que los suyos deben seguirle en su vida y no sólo aceptar su doctrina. ¿Cuál es, entonces, la diferencia entre un admirador y un seguidor de Cristo? El seguidor es o procura ser lo que admira.

El admirador, en cambio, no compromete su persona: admira, mira desde afuera y no se preocupa en ser como lo que admira. Hoy en día, en nuestro mundo del conformismo y aburguesamiento, abundan los admiradores de Cristo. Para ellos, creer en Cristo significa no-negación de su doctrina, la aceptación de su divinidad y de su obra redentora. Pero de ninguna manera significa la exigencia de un compromiso incondicional, ni la decisión por un cambio radical de vida.

El Evangelio, en cambio, nos presenta la fe y el seguimiento como inseparables, como las dos caras de la misma moneda. Por eso, una fe que no se traduce en vida, no vale nada y no consigue preservar de la perdición eterna. Entonces, ¿cómo podemos seguir a Cristo? El Evangelio de hoy nos revela la condición fundamental para la imitación de Él: es el encuentro personal con Cristo. Para poder y querer seguirle a Cristo tenemos que conocerlo a Él, mirando su vida, escuchando sus enseñanzas. Si no lo conocemos, si no sabemos nada de su generosidad, ni de su entrega desinteresada, ni de su amor abundante hacia nosotros – nunca vamos a tener ganas de seguirle verdaderamente.

Los discípulos, en el Evangelio de hoy, después de haber encontrado al Señor, se quedan con Él aquel día. ¿Quién de nosotros se quedó ya, alguna vez, un día con Él? ¿Quién de nosotros dedicó ya algunas horas a Él, para leer su Evangelio, para orarle a Él, para conocer y meditar su vida, para quedarse en su compañía?  ¿Qué significa, pues seguir a Cristo? Significa, sobre todo, confiarse a Él para siempre. Significa comprometerse con Él sin garantías, y seguirle hacia lo nuevo. Significa salir de sí mismo para entrar en comunión de ideales, de principios y de vida con Él. Pero, Cristo nunca oculta que seguirle es duro, que cuesta. No ofrece seguridad, sino riesgo. No ofrece riquezas, sino desprendimiento y renuncia. No nos ofrece caminos triunfalistas como lo hacen algunos grupos religiosos, sino el fracaso de la cruz. Porque quien le sigue, acepta también la suerte del Maestro: sufrimiento, cruz, sacrificio, pruebas, persecuciones, muerte. Seguir a Cristo es penetrar en el camino del amor. Cristo no buscó el dolor, sino el amor. Pero quien comienza a amar, comienza a sufrir.

Querido lector, el camino del seguimiento de Cristo no sólo incluye sufrimiento y cruz, sino – por ser el camino del amor – nos colma también de alegría y de paz interiores. Y al fin de este camino nos espera el gozo y la felicidad de Cristo para siempre. Le invito a seguir al gran Maestro Jesucristo, ánimo. Seamos cristianos de verdad, no de admiración, sino de seguimiento.

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