Un episodio, apenas una página menor de la historia narrado en la Biblia, pero despojado de mensajes metafísicos propios de la religión, puede ser la reproducción al infinito del espectro humano, alternativo en infamias y noblezas. Antes de setecientos años de nuestra era, Jesabel, la reina de Israel (reino del Norte), acosada por el conspirador Jehú, cae desde un balcón y es pisoteada por los caballos de los rebeldes, tan excitados como sus jinetes. Solo quedó su cráneo, sus manos y pies distinguibles entre la sangre y la carne regada. El reino había alcanzado un esplendor casi davídico, pero un terrible enemigo le había declarado su odio al rey Acab a nombre de Yahvé: El profeta Elías; símbolo judaico, modelo que inspiró a Juan el Bautista y al mismo Mahoma para esa especial manera de ascender al cielo en vida. Lo crucial para el tesbita, era borrar a Baal, dios para los fenicios y la reina, y demonio para los yahvistas. Aliarse con Egipto, pésimo amigo, y con Siria para enfrentar a Asiria, significó, años después, la invasión y deportación definitiva por parte de Sargón de la clase dirigente, incluyendo la estirpe de Jehú, con sus creencias y bienes. La Samaria, territorio del antiguo y desaparecido reino, hoy es disputada por palestinos, musulmanes e israelitas; pero estos últimos, no son la milenaria tribu que en sus santuarios de Siquem, adoraban dioses. Es difícil evitar la comparación con los mesiánicos de hoy, que se han hecho al poder en el oriente medio, que intercambian el ropaje revolucionario, marxista y musulmán. ¡Que gran parecido! Los ayatolas e imanes abominando a occidente, y el furibundo profeta enemigo del demonio aliado de la reina Jesabel. También del mismo Bashar Al Asad del territorio de la antigua Siria, heredero de una dinastía usurpadora como la de Jehú, buscando aliados para preservar el poder. Igual Kadafi, con su cráneo y cuerpo explotados, intentando hasta última hora salvar su dinastía. Antiguamente la proclama de un nuevo rey legitimaba la usurpación del poder; hoy se acostumbra investirse de “revolucionario”; a falta de reyes, el oriente se infestó de revolucionarios. Desde luego, estos no tienen en cuenta, que si no hay una institucionalidad, tal situación implica la prolongación del estado usurpador. Son los mismos hombres en apariencia diferentes, dejando su marca demasiado humana, como si el tiempo no hubiera trascurrido, como si la tecnología no los hubiera tocado. En occidente aprendimos a existir en un estado laico dentro de una sociedad civil. Pero hay países que prefieren ser trofeo de usurpadores; Cuba, Haití, ¿la misma Venezuela?