Vuelve el país, como tantas veces, a debatir las fronteras morales y éticas que deben marcarse cuando de relaciones comerciales, sociales o personales se trata frente a los integrantes de grupos armados al margen de la ley o del crimen organizado y sus respectivas mafias. Vuelve el país, como tantas veces, a debatir las fronteras morales y éticas que deben marcarse cuando de relaciones comerciales, sociales o personales se trata frente a los integrantes de grupos armados al margen de la ley o del crimen organizado y sus respectivas mafias. El hecho de moda y de impacto en ese sórdido mundo lo acaban de protagonizar decenas de artistas musicales y modelos que fueron sorprendidos cuando se adelantó un gigantesco operativo en una isla cercana a Cartagena de Indias para capturar al narcotraficante Camilo Torres, alias de “Fritanga”. La mayor parte de los reconocidos músicos ha dicho que no tenían ni idea de la magnitud de delincuente al que le estaban prestando sus servicios, y que nada sospecharon del ostentoso, extravagante y derrochador evento de matrimonio. No es una historia nueva, el país ha visto pasar un sinnúmero de casos similares, desde las primeras épocas de los grandes carteles a comienzos de la década de los años ochenta, cuando todo tipo de famosos, incluyendo notables dirigentes políticos, desfilaban por la tristemente célebre Hacienda Nápoles para congraciarse con el capo Pablo Escobar, y otros tantos cobraban sumas multimillonarias para amenizar cumpleaños, bautizos y matrimonios, como Raphael, Juan Gabriel, Vicente Fernández y las más reconocidas orquestas. Si bien se trata de actividades aparentemente privadas, en desarrollo de contratos comerciales y por la ejecución de trabajos, los artistas son personajes públicos, expuestos a la crítica de la opinión y muchas veces portadores de símbolos o ejemplos ante la sociedad, lo que les obliga a comportamientos más adecuados, relaciones sociales que no traspasen la delgada línea de lo legal y lo ilegal y sobre todo, mucha precaución y prevención a la hora de negociar sus actuaciones. Y ello primordialmente porque uno de los elementos clave en los que se fija el público frente a sus artistas es el de la buena imagen, la cual sufre enorme desmedro cuando entregan su trabajo a funestos sujetos non sanctos, muchas veces incluso ya requeridos formalmente por la justicia o en fuga. El paz y salvo moral que la sociedad en general les ha otorgado a los grandes delincuentes del país, incluyendo mafiosos y malandros de todas las especies, ha comenzado casi siempre por los actos festivos, las celebraciones, los cocteles y los jolgorios de pueblo, en los que suelen mezclarse hábilmente a través del patrocinio de las fiestas, de la participación en contiendas equinas, la compra o respaldo de equipos de fútbol, de su presencia como jurados o del supuesto apoyo desinteresado a candidatas a reinados. De esta manera buscan una inclusión social y un certificado de conducta para infiltrarse más y más en todas las ramas de la vida en comunidad. Su entrada triunfal casi siempre ha llegado así, y lastimosamente el grueso de la ciudadanía ha permitido, prestado oídos sordos o rayado en la complicidad con los representantes del lado oscuro de nuestras vidas. ¿Alguna vez podremos resistirnos a esas tentaciones del roce con el dinero fácil? DESTACADO “El paz y salvo moral que la sociedad en general les ha otorgado a los grandes delincuentes del país, incluyendo mafiosos y malandros de todas las especies, ha comenzado casi siempre por los actos festivos” Editorialito La ex consejera de Estado Ruth Stella Correa Palacio, designada Ministra de Justicia, tendrá como principal reto, el restablecimiento de la credibilidad, perdida por la escandalosa reforma a la justicia. Y por supuesto, presentar alternativas para combatir el principal mal: la impunidad.