La Nación
Mantener las formas 1 24 septiembre, 2024
COLUMNISTAS OPINIÓN

Mantener las formas

Hay un mandato que siempre aparece para silenciar la voz de las personas: mantenga las formas. Es una frase que no se sabe bien qué quiere decir, pero tiene un tono dominante, tajante, contundente. Mantener las formas en una familia tradicional puede ser rezar el padre nuestro antes de comer, en un batallón se puede entender como saludar a un superior con la mano en la cabeza cuando se acerca. Los sectores políticos reaccionarios sacan a relucir la frase cuando hay carencia de argumentos. La frase parece inofensiva, evoca los manuales para que los colegiales se porten bien, lo que quiere decir que, en todo caso, es el llamado del padre a su hijo descarriado y desobediente.

El mandato a la obediencia a través del imperativo “mantenga las formas” quiere decir algo así como: modere su voz, si va a hablar hágalo recatadamente y procure que su opinión no contravenga a alguien de mayor rango porque puede generar incomodidad en el ambiente; si puede, haga un esfuerzo por callar pues así las cosas fluyen mejor. Expresar una idea puede convertirse en una afrenta contra el patriarcado acostumbrado a que sus ideas terminan imponiéndose en cualquier escenario de la vida. El mandato de mantener las formas es antidemocrático, en el fondo le está ordenando a alguien que no exista, que no aparezca con su voz, que sus palabras no merecen ser escuchadas por los demás, que no son importantes. Se trata de una forma de aniquilar la política como posibilidad de que cada persona pueda decir quién es y, de esa forma, hacer emerger la pluralidad que, según Hannah Arendt, es condición esencial para la libertad y la política. Esto nos lleva a pensar que es necesario insistir en el encuentro a través de lo único que nos relaciona: el lenguaje. Escuchar para argumentar con rigor, expresar los acuerdos y las contradicciones, movernos en torno a una conversación infinita que no entre en un mandato al silencio sepulcral de la muerte. Jugarnos el mundo por el nacimiento continúo que se da cuando quienes nos acompañan expresan sus pensamientos con la libertad de no ser juzgados, ni condenados por la orden de alguna santa inquisición contemporánea.

Acercarnos a través del lenguaje nos puede salvar de la soledad a la que nos quieren condenar los dominadores. Es importante hablar sin que una conversación tenga que terminar porque el otro me planteó una contradicción que no encajó con mi horizonte ideológico. Las mil y una noches nos hace ser conscientes de la importancia de un diálogo infinito para mantenernos vivos. Cuando parece que una historia llega a su fin, aparece un nuevo comienzo que mantiene la vitalidad eterna del relato. Rebelémonos en contra de las formas en esta Colombia reaccionaria.