María Alexandra Artunduaga, una destacada médica nacida en Neiva, ha alcanzado un hito significativo en el mundo de la tecnología. Proveniente de una familia de médicos, Artunduaga decidió dejar la medicina clínica para emprender en el desarrollo tecnológico. Su creación, Sylvee, un dispositivo portátil asistido por inteligencia artificial, es testimonio de su capacidad de adaptación y perseverancia. Esta es la inspiradora historia de una mujer que transformó desafíos en oportunidades y se convirtió en un referente de innovación y resiliencia.
Hernán Galindo
María Alexandra Artunduaga es una médica Javeriana, promoción de 2003. Llegó a Bogotá procedente de Neiva, pero desde su infancia estuvo rodeada del ambiente de la medicina, hija de madre otorrinolaringóloga y padre anestesiólogo, fundadores de la Clínica Central de Especialistas en Neiva; ellos fueron pioneros de las grandes clínicas en la región y marcaron un hito en ese entonces.
María Alexandra Artunduaga Buitrago fue la mejor bachiller del Huila en 1996 y siempre inquieta va un paso más adelante. Ahora, igual que sus padres, marca un hito en materia tecnológica para la medicina. Se encuentra en Silicon Valley desarrollando un emprendimiento, Samay (antes Respira Labs), con un producto, Sylvee, un parche inteligente que tiene la capacidad de diagnosticar y predecir crisis respiratorias.
Con base en Medellín y California, fundó la empresa Samay, que tras ser seleccionada para participar en la aceleradora MedTech Innovator, trabaja de manera conjunta entre ambos países en el desarrollo tecnológico que aspira impactar a millones de personas en todo el mundo.
La medicina en su vida
Nacida en 1980, hija de un anestesiólogo y una otorrino, vivió rodeada del ambiente médico desde pequeña. Un padre, el último de 13 hijos, al que envían a estudiar fuera, se hace médico y cuando hace el rural se conoce con la que se convierte en su esposa, también profesional de la medicina.
“Mi mamá es una hormiguita, es una persona que no se puede quedar quieta, le encanta trabajar, y junto a mi papá fundan la Clínica Central de Especialistas, con todas las dificultades de los préstamos, pero ellos marcaron un hito muy interesante en la ciudad y el departamento”, contó María Alexandra a La NACIÓN, desde Mountain View, en Estados Unidos.
Esa experiencia la expuso desde muy pequeña a esos ambientes y la llevó a hacer química con la medicina, pero igual a enfrentar todos los retos, todos los obstáculos, recordó.
Siempre le gustaron las asignaturas como la física, las matemáticas, la ciencia, la biología y el arte. Como atleta, hizo parte del equipo de baloncesto del colegio La Presentación de Neiva, en donde se graduó como mejor bachiller.
Del grupo del colegio conservan un chat y se reúnen cada vez que pueden. La última vez fue antes de la pandemia, recordó, pero mantiene contacto especialmente con tres de las compañeras; dos están fuera, una en Argentina, otra en Canadá, y la tercera reside en Neiva.
María Alexandra le preguntó a sus compañeras y gente que la rodeaba en su entorno familiar, ¿Cuál era la carrera de mayor dificultad o de reto intelectual?, que existía y la respuesta fue medicina, “unido a que no era ajeno para mi ser médico me incliné por la medicina, entonces, me pareció que era una profesión muy loable, y con mucho impacto, me gusta el servicio”. Se hizo médica de la Universidad Javeriana.
Próxima a terminar medicina, no sabe qué especialización escoger, elige rotar por cirugía plástica y reconstructiva, muy a pesar de que su mamá quería que fuera otorrino y se convirtiera en su sucesora.
La cirugía plástica le llama la atención, hace nueve meses de rotación en los Estados Unidos, en Harvard y otras universidades, y un médico cirujano plástico, en el hospital de niños de Boston, John B. Mulliken, la impacta y le marca la vida. “Ese señor, además de operar labio leporino y paladar hendido, escribía artículos científicos y colaboraba con laboratorios de investigación en biología molecular y genética humana”, explicó. Al ver que, al tiempo que operaba y le cambiaba la vida a mucha gente de manera rápida, investigaba y hacía ciencia. Decidió ser cirujana plástica reconstructiva de niños, cirugía que en Colombia no existía en aquella época.
Mala experiencia
Este camino la llevó a hacer cuatro años de investigación en Harvard y luego ingresa a la Universidad de Chicago para su especialización.
“Fui la primera mujer de una escuela medicina Latinoamericana en la historia de la medicina de Estados Unidos en pasar directo a esa especialidad, la más competida de todos. Fui la única internacional de 108 personas aceptadas en el 2011. Pero me va muy mal durante esa residencia, experimenté discriminación de género y origen nacional, me vi forzada a demandarlos y luego de cinco años, no logramos ganar el juicio”, contó María Alexandra Artunduaga.
Los testigos que llamaban a declarar, olvidaban lo que había sucedido, eran empleados del demandado, el hospital. “Los entrenan para eso”, agregó María Alexandra.
El tema evolucionó a tal punto que, luego de que todo el mundo se negaba a hablar, el hospital le ofreció un arreglo de 2 millones de dólares por quedarse callada y no continuar el juicio.
“Yo lo rechacé; para mí es muy importante que estas cosas no sigan sucediendo y les dije, yo no voy a vender mi silencio por dinero, quiero marcar un precedente”, sostuvo y agregó que parte del arreglo era que no volviera a hablar ni siquiera que había ido a Chicago y si lo mencionaba la podían contrademandar. Declinó la propuesta y se la jugó toda en el juicio.
Cosas positivas de esa demanda para María Alexandra, fue una experiencia de la que aprendió mucho, la hizo más fuerte y creó en ella mucha resiliencia. Fueron cinco años y medio de pena y de dolor que le costaron un millón de dólares en deuda. “Tenía que limpiar mi nombre, porque ellos decían que me habían sacado por ser mala médica y ser un peligro para los pacientes”, añadió.
Adicionalmente, las personas, las dos personas que le hicieron todas las ‘embarradas’ ya no están ahí. “Digamos que limpiaron la casa y no están ellos tampoco”, dijo.
Comenzar de cero
“Yo entonces empecé de cero, yo a mis 34 años me tocó empezar de cero una nueva vida, una nueva profesión, hice dos maestrías, una en salud pública con enfoque de salud global por dos años y luego otra que se llama Medicina Traslacional en la universidad de California en Berkeley, en donde me dieron una beca para cursarla y desde ahí fue que entonces nace la idea de hacer Samay”, relató. “Tomé unas clases de negocios con la idea de poder solucionar el problema que mató a mi abuela, que fue una enfermedad respiratoria, y a raíz de eso es que empieza Samay”.
El dispositivo
Sobre el dispositivo que están trabajando, la emprendedora tecnológica comentó que se llama, Sylvee en honor a su abuela Sylvia, y es un aparato que se pegaría al pecho como un parche y utilizando los parlantes y micrófonos que uno generalmente encuentra en dispositivos de ayudas auditivas o los audífonos para oír música, y con ellos hace resonar el pulmón como si fuera un instrumento musical.
“Al entender esas frecuencias de resonancia acústica, somos capaces de entender qué pasa adentro con el aire, cómo entra, cómo sale, la cantidad de volumen y a partir de esto diagnosticar desde la casa para entender cómo están los pacientes, cómo mejoran o empeoran, cómo responden a medicamentos y si es necesario cambiar tratamiento para evitar una visita de urgencia al hospital”.
“Nuestra meta es ser capaces de detectar tempranamente cuando declinan para poder intervenirlos rápidamente desde la casa y poder evitar las hospitalizaciones y las admisiones a unidades de cuidados intensivos que son letales como en el caso de mi abuela y muy costosas para el sistema de salud”, explicó.
Actualmente, la manera de diagnosticar a estos pacientes con enfermedades respiratorias agudas es a través de cuestionarios. “Lo que quiero hacer a través de esta tecnología es saber, con implementación cuantitativa y no sujeta a lo que el paciente siente o reporta, cómo está funcionando el pulmón, que arroje números y que diga qué tendencias hay, todo con ayuda de Inteligencia Artificial”, añadió María Alexandra.
Samay
En Colombia decidieron que la sede fuera Medellín por temas como seguridad, mejor estilo de vida y gastos no tan altos, aunque inicialmente contemplaron que fuera Bogotá. Hicieron una contratación de unos desarrolladores por intermedio de otra empresa y se quedaron en Medellín.
“Yo vivo en Mountain View que es una ciudad al sur de San Francisco, a 37 minutos, que es donde está la sede de Google. Estamos empezando a viajar dos veces al año en julio y en diciembre, pero todo remoto, entonces, a las 6 de la mañana nos reunimos con todos allá, siempre es alrededor de mi horario, son como dos horas y media de reuniones y luego ellos quedan trabajando y hay reportes. El hardware lo estamos haciendo aquí”, expresó.
Entre el personal que labora en Estados Unidos, incluida ella y su esposo que le ayuda manejando el equipo en sus horas libres cuando no está trabajando en Google, están unas 10 personas, muchas contratistas o consultores, y en Medellín laboran 9 personas, por lo que ya son un equipo de más de 15.
El prototipo
Para María Alexandra Artunduaga, trabajar en los Estados Unidos le ha abierto las puertas a la financiación del proyecto. “Nosotros hemos levantado 4,9 millones de dólares, más de la mitad son premios y recursos regalados por el Gobierno de los Estados Unidos. La verdad es que estoy muy contenta, porque este es un país que aprecia mucho la ciencia y invención, y le mete plata”.
“La idea en este momento es convertir nuestro prototipo impreso en 3D y volverlo un verdadero dispositivo médico, un parche como los de monitoreo de glucosa de Dexcom o Abbott. Es la meta de los próximos dos años y llevarlo a la FDA para aprobación y lanzarlo comercialmente”.
Indicó que, debido a que es un dispositivo médico, que van a manejar personas muy enfermas, necesitan la aprobación de la FDA. Esperan tenerlo en el 2027, para que sea prescrito por un médico, y dos años después, aprobación de los algoritmos de IA para diagnóstico y predicción.
Frente a los costos, no tiene un estimativo en el caso de América Latina, puesto que en Estados Unidos lo cubren las aseguradoras, pero podría estar por los 500.000 pesos.
Finalmente, María Alexandra, comentó que no tiene fecha de vencimiento, refiriéndose a que ha pensado algún día dejar el trabajo y dedicarle más tiempo a su familia, Ricardo García, su esposo, y su niña, Inara.
“Yo soy como mi mamá, soy imparable, no me puedo quedar quieta, soy muy activa, quiero trabajar hasta los 80; la verdad es que no he pensado en el retiro, la empresa que estoy tratando de construir va a demorar por lo menos 15 años más en consolidarse y lo que quiero es que por lo menos 100 millones de personas tengan acceso a esta invención, eso puede llegar a tomar otros 15 años”, concluyó.
A manera de mensaje, comentó que el juicio de la universidad de Chicago le enseñó a ser paciente y que todo se puede lograr con trabajo y siendo resilientes, “mi lección más grande ha sido entender que todo se puede lograr, trabajando muy duro y siendo persistente”, agregó y concluyó que espera algún día escribir un libro sobre sus experiencias.