La Nación
Matar al padre 1 8 septiembre, 2024
COLUMNISTAS OPINIÓN

Matar al padre

Un símbolo avasallante. Un referente que está en el escaño más alto. Una figura inalcanzable. La medida de todas las cosas. La última palabra. La afirmación categórica que explica todo. La verdad infalible. Esta es la representación que hace Franz Kafka sobre su padre; el pensador checo cuenta su relación con su progenitor, que también es el símbolo del padre en occidente. La vida privada y la pública ha estado influida por la paternidad que encarna la dominación y la medida que juzga a los otros para quitarles la libertad y la confianza en sí mismos.

El padre es el maestro que no se puede controvertir; el médico que sin conocer al otro tiene la última palabra sobre su salud; el político al que se le idolatra y se le considera infalible, aunque se equivoque (especialmente, si hay coincidencias ideológicas); el guía espiritual encargado de controlar el alma y que se hace intocable a pesar de los crímenes que cometa. Todas estas figuras poseen la voz última; la razón incuestionable que no solo despoja a los otros de la responsabilidad frente al mundo, sino que los pone en una posición de subordinación al quitarles la confianza en sí mismos. Los problemas de corrupción, el déficit democrático y el vacío ético están relacionados con la preponderancia simbólica del padre en nuestra sociedad. Se demanda silencio ante una situación injusta y obediencia para convertir al otro en cómplice y en esclavo. Con esta reflexión no quiero decir que todos los padres son como el de Kafka, lo que interesa es comprender que esa representación es la predominante en los ámbitos sociales y genera sujetos poco autónomos que siempre dependen de una voz más autorizada para pensar y expresar sus puntos de vista. A veces, aquellos que vemos cubiertos con los atributos del padre absolutista son seres muy vulnerables tratando de ocultar sus miedos e inseguridades.

La carta al padre escrita por Kafka es importante para reflexionar lo que significa la figura del padre en nuestra sociedad. Nos lleva a pensar sobre las acciones que emprendemos y los impactos de estas en los otros. El patriarca dominador también es aquel que teme y desconfía de sí; la opresión es una forma de escapar y de no asumir la libertad. Cuando en el título de esta columna digo “Matar al padre”, lo que hago es una invitación a meditar sobre esa figura para comprender mejor nuestro lugar en la comunidad, pues en ocasiones, sin ser muy conscientes, nos convertimos en padres avasallantes o en hijos sumisos; las dos condiciones son, en todo caso, la expresión de lo represivo. Como Nietzsche proclamó en su libro “Así habló Zaratustra”: ¡dios ha muerto! Ahora digamos: ¡el padre ha muerto!