El Gobierno de los mejores debe ser el anhelo de una buena democracia. No resulta fácil encontrar, hoy en día, personas altamente capacitadas dispuestas a asumir un cargo público. El compromiso y la dedicación necesarios para el ejercicio de lo público, que resulta ser muy absorbente, así como el riesgo de aceptar una responsabilidad que puede afectar la tranquilidad personal y familiar, aunque no se haya cometido ningún acto de corrupción, los bajos salarios en comparación con el sector privado, entre otros factores, hacen que muchos huyan de esta posibilidad. Parte del éxito de una buena gestión depende de contar con un equipo adecuado que acompañe al mandatario elegido en la dirección del proyecto.
Por otro lado, una vez en el poder, se puede optar por elegir a cualquier persona, sin importar sus capacidades o preparación. Lo importante es cumplir con un compromiso, ayudar al “amigo” o fortalecer al equipo, asignándoles altos cargos públicos sin contar con un perfil adecuado ni con el conocimiento necesario para desempeñar su labor. El resultado es claro: malas decisiones, ineficiencia y, muy posiblemente, corrupción.
Este modelo ha sido frecuentemente empleado en Colombia, donde, por ejemplo, la carrera diplomática refleja de manera evidente que somos una caquistocracia, en la que los peores son los que nos representan. Lo mismo ocurre en otras instituciones, donde personas sin el perfil adecuado ocupan altos cargos, simplemente por ser activistas o fanáticos de un proyecto político.
Los resultados suelen ser desastrosos, ya que la improvisación y la falta de capacidad solo conducen a errores y escasa ejecución de las metas propuestas. Esto es parte de la problemática que ocurre actualmente. Una de las razones es que no hemos sido capaces de desarrollar una burocracia altamente calificada, evaluada por sus resultados, que se capacite de manera constante y cuya selección sea el resultado de concursos transparentes, y no de las recomendaciones de políticos. Ese debe ser el camino que debemos seguir si queremos ver una función pública más eficiente y comprometida con el bien común. Una tarea difícil, pero no imposible.