El futbol es uno de los mejores inventos de la humanidad, un producto cultural universal sin el cual la humanidad no hubiera podido hacer frente al instinto de guerra. El futbol por ello es pasión, es emoción y es sublimación, pero sobre todo es liturgia para celebrar la paz, es escape en medio de la violencia y de la angustia existencial. Sin embargo, su apropiación privada por parte de mafias y su manejo con exclusividad económica han trastocado su significado trascendental. El futbol se ha vuelto más expresión de odios, de guerra, de exclusión y de inclinación a la corrupción. Un mundial como el de Catar viene a contrarrestar algunas de las mayores reivindicaciones de la humanidad: un mundial en un país que ataca de forma criminal las relaciones entre personas del mismo sexo, en el que campea la falta de equidad para las mujeres y su trato cruel a los trabajadores inmigrantes. un mundial en un país que además, fue acusado de pagar sobornos para lograr convertirse en el país anfitrión del torneo, es un mundial que no merece ser visitado, que no merece siquiera ser visto.
Indistintamente que perdamos la capacidad de asombro como para contemplar un partido de futbol basado no en el arte que supone la práctica del deporte sino que protagonice una ficción amparada en los mayores antivalores, no podemos dejar de pensar en la posibilidad de repensar y criticar los sentimientos de afición que teníamos. Muchos podrían argumentar que esta decepción debió sentirse hace mucho tiempo, que las mafias y los intereses consumistas y mafiosas vienen reinando no sólo en el futbol sino en todo arte y todo deporte, que las excrecencias culturales del mal han venido copando todos los logros espirituales de la humanidad. Razón tienen, la decepción ha sido paulatina pero constante, ha sido universal y no se a desaparecer en lo local. Para el caso colombiano, nos acostumbramos a los escándalos del futbol, a declararlos irresolutos. ¿Cuántas estrellas de Nacional se le deben a Escobar y al cartel de Medellín? ¿Cuántas estrellas de Millonarios se le deben a los esmeralderos y a capos como Rodríguez Gacha? ¿La grandeza del América de Cali se le debe a los carteles de la región? ¿Los negocios turbios de los Char han sustentado las buenas campañas del Junior? ¿Los paramilitares y los clanes políticos regionales corruptos has tenido sus propios equipos de futbol? ¿Los equipos que descienden son los que menos tienen mérito deportivo? ¿Los que ascienden han tenido que negociar su privilegio? ¿Los campeones del futbol colombiano siempre son los mejores? ¿algunos de los equipos del rentado colombiano siguen siendo verdaderos lavadores de dinero? ¿Empresas, parapetos de legalidad pero antros de la corrupción? ¿Se respetan en sus administraciones los derechos humanos? Preguntas que son más bien denuncias constantes. En todo caso, el futbol sigue siendo un instrumento de sublimación, mejor no queremos pensar ni global ni localmente en la hediondez y el pus que puede aflorar de cada partido, de cada jugada magistral. así sus protagonistas, los jugadores, los aficionados, lo ignoren o lo quieran ignorar.