Neiva subterránea, la vida bajo el puente

Estos tubos de cemento, ubicados bajo los puentes, se convierten en la vivienda de cientos de personas en la ciudad.
Crisis habitacional, drogas, hambre y pobreza es lo que reflejan las centenas de personas que invaden zonas de riesgo bajo los puentes. Miles de vecinos invisibles habitan en improvisados “cambuches” ubicados debajo de los puentes del Río del Oro, Magdalena y la quebrada La Toma, en la capital opita, soportando a diario el ruido de los vehículos que pasan por encima, la basura y los malos olores.

Pero no es sólo eso, también deben sobrevivir con el riesgo que implica los terrenos ubicados en pendientes peligrosas, orillas de vertientes de aguas negras, donde carecen de agua potable, drenajes y condiciones básicas de vida, donde un tubo de solo un metro se convierte en cama.

La vida cotidiana se desarrolla fundamentalmente bajo el puente. Allí duermen, cocinan, se asean, guardan sus pertenencias y conviven en grupo. El viaducto es su casa ahora.

LA NACIÓN visitó recientemente los referidos lugares debajo de los puentes, un recorrido que inició en la Avenida La Toma con Carrera 16 y la Avenida Circunvalación, lugares que reflejan una realidad que nadie se atreve a ver con otros ojos, más que los de indiferencia, olvido y rechazo.

Reflejo de una realidad

Esta es la forma como viven cientos de pobladores en Neiva, algunos naturales de la ciudad y otros que desde hace muchos años vieron en la cálida capital opita una zona dónde establecerse. Desde Cundinamarca, Tolima, Caquetá y otros departamentos de la geografía colombiana llegan a buscar un lugar para vivir entre sus adicciones y problemas personales.

Los puentes ubicados en la Avenida La Toma con carreras 16, Novena, Séptima y Quinta, así como los de la Avenida Circunvalación en Neiva se convierten en barrios, donde a pesar de las incomodidades los vecinos se conocen entre sí.

Sillas, colchones, ollas viejas, fogatas, pantalones, camisas, ropa interior de hombres y mujeres, además de calendarios, hacen parte de las adecuaciones de las personas que allí moran para poder tener la comodidad de sentirse como en casa.

Sin embargo, otros habitantes subterráneos no tienen ni siquiera un colchón que les aísle del frío y la humedad del suelo. Sólo un manta los acompaña en las duras noches y cartones para soportar el calor inclemente durante el día.

En espacios reducidos, de menos de un metro de ancho, introducen cada elemento que hace parte de la precaria decoración de un lugar al que han llamado hogar, donde no están protegidos, a expensas de ataques y malas palabras de la ciudad que los ignora, de robos y en definitiva de los peligros de vivir en la calle.

La oscuridad de las drogas

Son muchas las personas que habitan estos lugares, que se han visto abocados a una subsistencia precaria al perder sus familias y con ello la posibilidad de acceder a una vivienda, de tener una vida normal por culpa de la droga, el oscuro mundo que los llevó a cambiar un techo digno por un lugar en donde la pobreza y la necesidad abunda.

Pero para ninguna de estas personas ha sido fácil adaptarse a esta situación ni mucho menos sobrevivir a las necesidades de una existencia que les impide tener una vida digna en la ciudad, que los convierte en el engruese de las cifras de los excluidos del sistema.

A pesar de todo, algunos de ellos se enfrentan a sus problemas con dignidad, manteniendo sus hábitos de vida cotidianos como forma de no caer en la desesperación o en un aislamiento social absoluto, bañándose con el agua de los afluentes, saliendo a mendigar una moneda para lograr conseguir la comida diaria y trabajando en lo que sea para poder obtener ropa.

Olvido y abandono

Los vecinos invisibles en ocasiones pueden acceder a los servicios que ofrece la Alcaldía Municipal a través de sus campañas institucionales desarrolladas a la orilla del río Magdalena, en donde pueden al menos un día comer decentemente, tener ropa nueva, bañarse con agua limpia y sentir que cuentan en la sociedad.

El dinero para subsistir lo obtienen mendigando a los transeúntes, otros robando y algunos con trabajo; sin embargo, lo recolectado no suele superar los 10.000 pesos diarios, único ingreso económico del que disponen y con el que deben subsistir y derrochar en alucinógenos.

Muchas de estas personas que sobreviven bajo un puente guardan la esperanza de que las circunstancias sociales cambien; no obstante, otros afirman que son conscientes de que su adicción no les permitirá volver a tener jamás una vida digna, porque simplemente fue su decisión.

mprovisados “cambuches” se convierten en el hogar de cientos de personas habitantes de la calle.
 

El puente de la Carrera Séptima con Avenida La Toma, un barrio donde los vecinos son invisibles.
 

El ruido, los malos olores y la basura es el escenario que alimenta la imagen de la vida bajo los puentes en Neiva.

Hombres y mujeres que habitan bajo los puentes sobreviven entre el rechazo y olvido de la sociedad.
 

Sillas, fogones y ollas viejas decoran la imagen de una cocina establecida a orillas del río Magdalena.
 

Drogas, hambre y pobreza, espejo de una realidad en Neiva.

Mantas viejas, colchones deteriorados y cartones se convierten en la cama de cientos de los vecinos bajo los puentes.

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