Leí por primera vez Cien años de soledad cuando tenía 12 años, coincidió que, en el momento de estar leyendo la obra, cursando séptimo grado, ganaba “Gabo” el premio Nobel de Literatura. Ya desde esa época, se tenía a esta novela como la gran obra maestra de la literatura colombiana. De alguna manera ya éramos conscientes del realismo mágico que caracteriza nuestra realidad. Tal vez García Márquez tuvo razón de no permitir que se hiciese una película de su obra cumbre.
El escritor siempre tuvo reservas respecto a las adaptaciones cinematográficas de sus libros, solo dio su aprobación para “El amor en los tiempos del cólera”. Sin embargo, la adaptación no fue del todo bien recibida por la crítica y el público, aunque destacó por su fidelidad a la trama y su esfuerzo por capturar el espíritu de la novela.
También comienza a ser criticada la producción de Netflix de “Cien años de soledad”, sin embargo, las críticas no deberían referirse a las frases, las narraciones y los hechos representados. Es posible que las criticas vengan de no haberse hecho la producción en Aracataca sino entre los municipios de Alvarado, Piedras y Coello en el Tolima; es posible que la crítica se dirija a la interpretación del elenco que no alcanzó a encarnar el humor, carisma y asertividad en los diálogos que escribió el autor; a los hechos cargados de símbolos y misterios que retratan a una Latinoamérica sumida en el autoritarismo, la discriminación, el individualismo egoísta y la violencia que aun perdura.
Lo que no podemos desconocer es que aún la producción de Netflix nos deja ver que Cien años de soledad es lo contrario a cien años de solidaridad e inclusión. Todo se refleja en el concepto político que significa los cien años del olvido y la indiferencia de tantos pueblos latinoamericanos que siguen siendo la tierra del olvido. Macondo sigue representándose como un pueblo que nunca conquistará la solidaridad, que ama a sus caudillos y a sus dictadores; un pueblo fácilmente manipulable y que solo gracias a la magia de Melquiades comienza a tener conciencia que hay realidades más justas, más allá de los manglares.
Que, para el caso de Colombia, seguimos siendo una Nación escindida y a pesar de sí misma, con el único reconocimiento a los mismos que nos mantienen alienados y secuestrados. El Macondo que desnuda nuestro individualismo y nuestra incapacidad de construir solidaridad. Macondo es la reunión de muchos como soledades juntas.
Soledad infecunda de seres acríticos que consideran que su destino trágico es la tristeza, la desgracia, la pobreza y la desposesión. Un pueblo conformado de autopoiesis trágica, en los que sus profetas se asesinan y sus líderes son cooptados; los habitantes de macondo hemos sido convertidos en armas letales contra nuestros propios sueños, a los que les molesta que les hablen de forma incluyente a pesar de siempre haber sido ninguneados.
Como sea, la nueva producción de Netflix nos recuerda la respuesta definitiva de por qué las estirpes condenadas a cien años de soledad no han tenido una segunda oportunidad sobre la tierra. Estas palabras cierran de manera contundente la historia de los Buendía y encapsulan el destino trágico de Macondo, marcando el fin de su ciclo de vida, acorde con la fatalidad inscrita en los pergaminos de Melquíades.