Hace unas semanas tuve la oportunidad de compartir una charla en un colegio de Neiva sobre salud mental. En los tiempos que asumía como consejero municipal de Juventud lo hacía con mayor frecuencia, pero hace mucho no me enfrentaba a un público adolescente, con las dinámicas sociales que se presentan hoy dentro y fuera del aula de clase.
Eran aproximadamente 700 estudiantes con la alegría mayoritaria por salir antes de clase y el tedio de algunos por escuchar hablar sobre emociones, depresión, ansiedad, estrés y bullying; este último término causó bastantes risas al exponerlo porque se han naturalizado los chistes o comentarios sobre aspectos físicos, situaciones, comportamientos o particularidades según las orientaciones de orden socioeconómico, cultural, género, entre otros. Y son precisamente ese tipo de situaciones que de manera silenciosa han terminado con muchas vidas.
El bullying no es un chiste, según un estudio a corte del 2023 de la organización internacional Bullying Sin Fronteras, Colombia ocupa el noveno lugar en casos por acoso en las instituciones educativas a nivel mundial, registrando hasta la fecha más de 41.500 casos. El reporte menciona además que7 de cada 10 estudiantes de colegios y universidades en el país han sido víctima de acoso, en especial en la edad de 15 años; también refleja una incidencia del 53% de los casos en instituciones públicas.
Continuando con la charla, le pedí a dos estudiantes que pasaran al frente a leer unas preguntas, el primero pasó con la presión que genera estar al frente y en voz baja hizo lo posible por no cometer errores que fueran motivo de burla y el segundo se negó rotundamente a pasar. Del primero entendí lo tormentoso que resulta para muchos adolescentes equivocarse en cuestiones que generan aprendizaje, y del segundo que, ante entornos conflictivos en hogares disfuncionales o espacios de rechazo, muchos jóvenes sienten que no tiene sentido tener iniciativa.
Al final asumí que aproximadamente un 30% de los estudiantes tomó algo de lo expuesto; para muchos hablar de emociones, autoestima o afecto, resulta un poco irrelevante o frágil. La vida de nuestros adolescentes hoy se mueve en las redes sociales, pares influyentes en sus decisiones, tendencias y expectativas del futuro. Al parecer no tenemos una generación de cristal, sino una que se toma en serio vivir o no hacerlo.