Podemos regocijarnos de que se abran las puertas de lo que hasta su incendio fue lugar de culto y peregrinación pero inevitablemente turístico. No sé qué vendrá ahora para la famosa catedral de Notre Dame luego de su reelaboración según patrones que poco tienen que ver con su origen católico. No se procedió a restaurar, sino que se tomaron ciertas licencias quienes quedaron encargados de hacer de nuevo visible y visitable uno de los monumentos más preciados de Europa.
Me llegan a la memoria muy gratos recuerdos de mi primer encuentro con Notre Dame, la fascinación que me despertó fue inmediata. Estoy seguro de que su potencia no se ha visto afectada a pesar de la arrogancia y veleidades de los gobernantes y sus vasallos que quisieron hacer de este infortunio una manera de alabarse a sí mismos.
Las catedrales góticas fueron construidas en sitios cargados de energía y la elevación, desde sus cimientos hasta la flecha, fortalecía esa potencia; quienquiera que las visite, y tenga la oportunidad de concentrarse en la oración o en sus pensamientos, puede experimentarlo en toda su magnitud. Por eso tendrían que ser derribadas, lo que no han logrado cuando les han prendido fuego. Para algunos, entre los que me cuento, el incendio de hace dos años y medio fue premeditado.
Hace 180 años el arquitecto Viollet-le-Duc fue el encargado de restaurar varias catedrales góticas que fueron horriblemente desfiguradas por los revolucionarios, labor que hizo con maestría. Añadió figuras escultóricas que llenaban de dramatismo sus fachadas, como las gárgolas, sin traicionar el estilo original. Hay quienes critican con fundamentos sólidos la pobreza en el nuevo mobiliario llamándolo “gótico Ikea” y cosas por el estilo. Para escoger al artista encargado no se tuvo en cuenta si era o no creyente. El elegido no sintió la necesidad de consultar a expertos en símbolos religiosos. Fue tan solo su capricho lleno de discreción con toque minimalista lo que primó y que tanto le gustó a Macron.
Cuando hace quince años visité por segunda vez la catedral de Chartres me sentí confundido al ver que sus oscuras fachadas e interiores pasarían a ser claros después de un riguroso lavado. Sentía que la magia de sus vitrales y esa presencia majestuosa se perdía en honor a la limpieza tan propia de una época que rehúye a lo sagrado en busca de lo racional. Lo que hace luminoso algo es la sombra.
Ya veremos cómo nos iremos habituando a una Notre Dame con nuevo vestido. Todavía guardo el recuerdo de los oscuros frescos del pasado de La Capilla Sixtina antes de su restauración y no los de luminosos colores de ahora que le quitaron de un tajo la pátina del tiempo.