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Obama, gays y marihuana, Por Carlos Bolívar Bonilla

En Estados Unidos no sólo ganó Obama. También lo hicieron los consumidores de marihuana con fines recreativos En Estados Unidos no sólo ganó Obama. También lo hicieron los consumidores de marihuana con fines recreativos y las parejas homosexuales que aspiran a casarse. Colorado y Washington son los dos estados pioneros en legalizar la compraventa de cannabis, gracias al voto popular. Antes, otros 17 estados ya tenían legalizado el uso medicinal de la polémica yerba. El derecho de gays y lesbianas a casarse se amplía ahora de ocho a once estados, con la reciente inclusión en esta lista de Maryland, Maine y Washington. Es lo que denominé en una anterior columna el avance inevitable e imparable de realidades, para algunos, imposibles. Son los logros de las sociedades liberales donde el Estado Social de Derecho garantiza a los individuos el ejercicio de sus libertades personales, al poner en práctica principios como el libre albedrio y el pluralismo moral, mediante mecanismos democráticos como las iniciativas, referendos y consultas populares a través del voto directo.  Me parece entonces pertinente recordar la validez de algunos de los argumentos de la ponencia que, a favor de la despenalización de la dosis personal, presentó en su momento el Doctor Carlos Gaviria Díaz. Un planteamiento de fondo consiste en admitir que las sociedades democráticas liberales respetan las decisiones de los adultos sobre la orientación y el destino que quieran dar a sus vidas, siempre y cuando sus actuaciones no lastimen las acciones, los derechos ni el espacio vital de los demás. Lo cual está en directa relación con la imposibilidad jurídica de sancionar a alguien por su supuesta peligrosidad y, peor todavía, por una enfermedad como puede ser la drogadicción. Además, se reconoce a cada ciudadano como dueño de su vida y responsable de su cuidado, de velar o no por su salud. De allí que la ley no puede castigar prácticas religiosas como la autoflagelación, las cirugías estéticas extremas ni los suicidios fallidos. De manera tal que se asume como una condición de dignidad, muy respetable, la autonomía de cada persona para decidir por sí misma sobre el sentido de vida que estima llevar. Indigna resulta la acción heterónoma mediante la cual otros deciden juzgar por alguien qué es lo que le conviene o no, y qué proyecto de vida buena debe desarrollar. Y esto es válido para todas las dimensiones de la existencia humana, por más que nos cueste aceptar prácticas que riñen con lo común o dominante. Mucho ganaríamos en convivencia pacífica si respetáramos a aquellos (y ellos a nosotros) que optan por estilos y proyectos de vida alternativos como organizar familias homoparentales, adorar muchas deidades o no creer en ninguna y recrearse con cannabis  o anfetaminas.