Paracaidismo: un shot de adrenalina

Además de ser una persona arriesgada, para practicar deportes extremos como el paracaidismo, se necesita tener decisión, para ver el vacío y literalmente, creer que fue la mejor elección. La periodista de LA NACIÓN, Dai Trujillo, narra su aventura de caer en paracaídas.

Dai Trujillo
periodistadigital@lanacion.com.co

Desde hace varios meses, anduve con la idea de lanzarme al vacío en paracaídas. Siendo honesta no pregunté mucho a quienes saben del deporte y tampoco consulté en internet para evitar perder el entusiasmo que tenía. Así que muy convencida dije que sí, que me le media y llegué a Xielo, una escuela de paracaidismo ubicada en Ricaurte, Cundinamarca.

Llegué sobre las 8:30 a.m. para recibir instrucciones, completar unos formularios y prestar atención a las recomendaciones. Fui asignada en el grupo de salto ‘B’, así que detallé lo que hacían las personas del grupo ‘A’ para empaparme un poco de la situación.

Como yo, habían varias personas que iban a realizar el salto acompañados, a esto se le conoce como ‘salto tándem’ y consiste en ir junto a un experto que es quien hace los movimientos requeridos en el aire para no fallar y acciona el paracaídas en el momento indicado.

¿Tranquilidad? No por mucho
Mientras esperaba, me senté en una mesa junto a dos jóvenes que venían de Bogotá. Honestamente no hablé mucho con ellos porque estaban muy nerviosos frente al salto y ellos iban en mi grupo, así que para estar más tranquila, solo los escuché. Para mi sorpresa, hasta frases como “ya no quiero hacerlo” fueron dichas por este par de jóvenes que de verdad no sabían lo que les corría pierna arriba.

Yo seguí tranquila y me dediqué a no pensar en el momento del salto, por lo que me levanté y escuché instrucciones que se daban entre los paracaidistas recordando las emergencias o mejor dicho, cual era el plan B en caso de que algo fallara.

De un momento a otro una voz dice “paracaidistas en el aire” y las que corren a ver el hecho pero no se veía nada, pequeños puntos negros a lo lejos que podrían confundirse con pájaros. Intentando divisar algo, me llamaron a mí para que me alistara para el salto. Súper emocionada fui y me pusieron el arnés, me explicaban que iba a estar sujeta al paracaidista por cuatro puntos, en piernas y caderas mientras yo levanta los pies y los brazos, diciendo que si a todo.

En menos de nada me volvieron a llamar y en un pequeño carrito me desplazaron a la zona de embarque del avión. Nos esperaba un maravilloso Cessna 208 Caravan, tal vez mi avión liviano favorito.

En ese momento, me presentaron a la velocidad de la luz al paracaidista que iría conmigo, ‘Rastas’ quien me saludó con emoción, terminó de ajustar mi arnés, esperamos que llegaran otras personas y procedimos a abordar la aeronave, ¿y yo? Fresca como una lechuga.

En menos de nada, mientras mi cerebro procesaba el hecho, ya estábamos en el aire y un paracaidista gritó y dijo: “ya no hay vuelta atrás”; en ese momento comencé a experimentar nervios. Logré ver que los chicos de Bogotá que yo había visto con antelación, iban conmigo súper asustados y siento que el nerviosismo se ‘pega’ por lo que el corazón me empezó a palpitar más rápido y por un segundo pensé en los escenarios más trágicos.

Para calmarme un poco le pregunté a mi paracaidista, ‘Rastas’, que cuantas veces saltaba al día, a lo que me contestó que el promedio era entre 7 y 12 veces, dependiendo la cantidad de personas que fueran, en ese momento le pregunté si sentía miedo y me dijo: “el miedo siempre va a estar, pequeño, pero siempre está”.

De fresca como una lechuga ya no tenía nada, empecé a sudar frío y luego dijo el piloto “10 mil pies de altura muchachos” y yo “Ay Diosito”, y dijeron: “¿Listos para saltar?” Y todos comenzaron a gritar y a decir que si, menos el par de rolos y yo que íbamos muriendo lentamente del susto.

El salto, ¡qué susto!
Empezaron a salir los paracaidistas experimentados, que iban solos. Uno tras otro, con una diferencia de unos 10 segundos o menos, se iban lanzando poco a poco y parecía que la tierra los succionara; desde el avión se veía como cuando se votaban, desaparecían al instante con una velocidad increíble. Ahí yo me di la bendición y dije: “¿en qué me metí?.

Fuimos los penúltimos, cuando fue nuestro turno, ‘Rastas’ me dijo que avanzara poco a poco, nos levantamos junto a la puerta y sus instrucciones fueron claras: pies lo más pegado que se pueda al borde de la puerta, cabeza en el hombro derecho de él mirando a la izquierda, manos en el arnés y en el aire, pies y rodillas juntos un poco recogidos.

Puse mis pies en el borde de la puerta del avión y miré hacia abajo, sin duda el peor vacío de mi vida. La brisa fuerte y fría, junto con esa panorámica en la que la tierra parecía un pesebre y las nubes péquelos algodones me generaron la sensación más fuerte en el estómago.

El momento del salto llegó y el paracaidista hizo dos o tres balanceos y en menos de nada y con toda la decisión del mundo, nos aventamos del avión.

Caída libre
Creo que en ese momento respiré profundo y cerré los ojos, cuando los abrí vi el vacío tan tenaz y un grito emergió de mis entrañas. Tardé como 10 segundos tomando aire y gritando, luego me quedé callada y pensé “Si me maté pues ya qué, voy a disfrutar del momento”, abrí los brazos y empecé a ser consciente de todo lo que estaba pasando.

Estuvimos cerca de 38 segundos en caída libre, dejando que la gravedad hiciera de las suyas y nos devolviera al lugar del que salimos. El aire fuerte en él rostros y sentir como las mejillas se movían, como los zapatos parecían salirse y el cabello de novia con fuerza, hacían que de verdad el momento se sintiera como único.

Saludé a la cámara, me reí y disfruté de sobrepasar la nubes y de un momento a otro, la apertura del paracaídas se sintió como un jalonazo fuerte en contra de la gravedad. Me dediqué a ver cómo se abría el paracaídas y como el paracaidista, muy experimentado, maniobraba los mandos para poder entrar en las corrientes de viento y que todo saliera perfecto.

Empezamos a descender viendo el paisaje. Los árboles parecían motas verdes y las casitas ni se veían. Los nervios aún seguían en mí y me percaté de que temblaba como nunca antes, en esa hazaña tárdanos cerca de 5 minutos, cargados de calma, luego de haber vivido la adrenalina pura.

El aterrizaje fue sencillo, pues caímos de cola, sentimos en suelo con la espalda y ahí dije “estoy viva, lo logramos”. Le di las gracias al paracaidista y aún temblando fui a que me retiraran el arnés. Muchas personas me chocaban la mano y me decían que chévere por haberlo intentado y no arrepentirme.

El susto pasó y luego monté en un avión ultraliviano, otra experiencia fabulosa ahí mismo en Xielo, logré ver municipios como Tocaima y Agua de Dios, mientras la brisa acompañaba el momento.

Sin duda de mis mejores experiencias y un plan que recomiendo y si volvería a hacer, para estar más consciente del momento y disfrutar mucho más de esa descarga que la adrenalina del paracaidismo puede provocar en una persona.

“Gold Status”: Reconocimiento internacional para la E.S.E Hospital Universitario Hernando Moncaleano Perdomo, en atención de accidentes cerebrovasculares (ACV)

Camila España de la Oficina de Calidad; Jorge Luis Manchola, Coordinador de la Oficina de Referencia y Contrarreferencia; Margarita Arias, Coordinadora del Servicios de Urgencias; Juan Diego Fierro Oliveros, Gerente del Hospital Universitario Hernando Moncaleano Perdomo de Neiva; Ingrith Paola Gaitán Díaz de la Unidad Cardiovascular; y Mónica Bibiana Martínez Macías, Asesora de Acreditación.

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