Pentecostés es la fiesta del oxígeno de Dios

«Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «Paz a Vosotros». Dicho esto, les mostró sus manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: «Paz a Vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío Yo». Después de decir esto, sopló sobe ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se lo perdonéis, les quedarán sin perdonar». (Juan 20,19-23).

Padre Elcías Trujillo Núñez.

Constatamos fácilmente que nuestra atmósfera carece de aire puro. Está contaminada, casi irrespirable. Algunas ciencias humanas pretenden negar al hombre su propio hálito y vida, reduciendo el espíritu a pura materia, la mente a cerebro, la humanidad a animalidad, la íntima subjetividad personal a puro objeto de manipulación y dominio. Los valores espirituales de creatividad, de solidaridad, de amistad fiel, de santidad, de heroísmo, de altruismo generoso, de expresión íntima y sincera, son valores que ya no se cotizan.

Y, en cambio, están en alza hegemónica los valores materialistas animadores de la cultura del cuerpo, recibiendo el primado de atención, la cirugía estética, el sexo desamorado, la alimentación insana, los excesos gastronómicos, las pirámides pecuniarias, la publicidad engañosa, las mentiras de quienes aspiran al poder, todo buscando desplazar al hombre de su centro más profundo y negarle su constitución espiritual, la que le da la verdadera vida, el verdadero oxígeno.  De esta forma se está asfixiando al hombre integral, ocupado en ganar y consumir. Estamos constantemente talándole espacios verdes, silenciosos y reposados, de respiración interpersonal, de unos vasos comunicantes de trasiego vital. Desgarrados de Dios y prófugos de nuestra atmósfera espiritual, nos falta respirar con el pulmón del mundo, el oxígeno de Dios y nos sometemos a “diálisis” sustitutorias que antes o después se decantan insuficientes y mortíferas.

Vendrán, no obstante, tiempos en que percibamos este “desastre ecológico”, el virus mortífero que para la vitalidad de la sociedad entera supone no dejarse inhalar, insuflar, inspirar por el Espíritu, por el Amor Interpersonal de Dios. Y lo buscaremos como busca la mascarilla de gas el hombre agónico que está a punto de expirar.  Y todo hombre que quiera respirar hondo y dar al mundo una atmósfera más humana, se afanará por hacer de su vida un beso constante con Dios y con los hermanos. Celebrará pentecostalmente la fiesta del Aire Santo, del Espíritu Santo, del verdadero oxígeno, como el momento de su más eficaz conspiración. Con este Espíritu de Dios, Espíritu de comunicación, comunión y abrazo, la comunidad fraterna y filial verá garantizadas sus mayores aspiraciones. Inspirada por el instinto amoroso de Dios, Espíritu creador y recreador, vivificador y vital, en vez de expirar y morir, recobrará su mejor aliento y respirará a todo pulmón divino y humano. Y, envuelta por Atmósfera tan nutritiva y penetrada por soplete tan purificador, se mostrará esta comunidad pentecostal, ante todo el mundo anémico y materialista, como ámbito colectivo, como ambiente descontaminado e higiénico, en el que el hombre se respire hondamente a sí mismo y suspire por recibir de Dios el Espíritu de comunión interhumana.  Pentecostés, es la Fiesta del Aire y del Espíritu Santo. Nuestro mundo necesita del Aire del Espíritu Santo, del verdadero aire que abraza y da vida. Pues, solo así, seríamos más iguales y distintos, más íntimos y comunicados, más filiales, más fraternales, más espirituales.

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