Por invitación de sus directivas, asistí la semana pasada al XV Congreso Internacional de Hospitales y Clínicas, en donde el presidente Gustavo Petro realizó una intervención.
Como era de esperarse, el mandatario basó su presentación en la convicción de que el Estado es el único que puede garantizar el derecho fundamental a la salud, afirmando que es imperioso reformar la ley 100 de 1993. Estábamos a la espera de al menos una propuesta para resolver la crisis del sector, pero no hubo nada de eso.
Con permanentes alusiones al politólogo estadounidense Francis Fukuyama y su teoría de la democracia liberal, mostró cifras del giro directo y la inversión que ha realizado su Gobierno, asegurando que estaba direccionada a la atención primaria en salud, según lo establecido en la declaración de Alma Ata.
Se le olvidó ante quienes estaba, creyendo que éramos parte de sus obsecuentes seguidores, tuvo la burda intención de mostrar las cosas color de rosa, imaginando de manera casi delirante que no sabíamos que la intervención de varias EPS no ha mejorado la atención a los pacientes, ni ha garantizado el adecuado flujo de los recursos financieros. Al contrario, las quejas aumentaron y la iliquidez ha generado retrasos en los pagos de nóminas y proveedores, obligando incluso a cerrar servicios en algunas clínicas y hospitales.
Erróneamente pensó que desconocíamos que la atención primaria en salud no es igual a atención en hospitales de primer nivel y no se resuelve contratando equipos básicos de salud para que recorran los territorios buscando enfermos, pues es bien sabido que gran parte de las intervenciones de la mencionada estrategia se encuentran por fuera del sector salud, lo que obliga a un trabajo intersectorial e interinstitucional que no se ve por ningún lado.
Lo que sí manifestó hasta la saciedad es que está obsesionado con su dogma, por eso, su discurso es meramente ideológico y no tiene propuestas concretas, limitándose a hacer lo necesario para que el Estado sea el único actor que garantice el derecho a la salud, sin considerar que esas creencias hace mucho rato fueron desechadas porque mostraron su absoluto fracaso.
Da tristeza oír a un mandatario perdido en el dogma, acomodando cifras, mostrando resultados que no se ven y esforzándose por convencernos que nos dirige a un mundo ideal, similar al de “Alicia en el país de las maravillas”.
Nada bueno va a pasar en los dos años que faltan. En salud este Gobierno no sabe dónde está parado, ni mucho menos para donde va. Así no hay manera de hacer algo para corregir el rumbo.