Ser un verdadero liberal implica más que simplemente apoyar la libertad individual y el mercado libre. Requiere un compromiso profundo con la igualdad, los derechos humanos, el gobierno limitado, el pluralismo, la razón y la justicia social. Estas características forman la base de una visión del mundo que valora la dignidad y el potencial de cada individuo, y que busca construir una sociedad en la que todos puedan prosperar en libertad y equidad.
Petro no es simplemente un hombre de izquierda, es un auténtico liberal. Es lógico que la figura de un auténtico liberal repela con las concepciones godas, ultracatólicas y tradicionales, contra el rastacuerismo hipócrita y dogmático que criticaban los pocos liberales auténticos y antioqueños: Fernando González Ochoa, Carlos Gaviria Diaz o Carlos Abad Gómez.
Por ello quienes sólo entienden del trinar de las redes y caen presos de la propaganda ambigua de las posiciones más poderosas y se creen merecedores de premios nobel por expresar opiniones estúpidas construidas de sólo leer acríticamente la información de las redes sociales, no pueden entender que un coherente liberal tenga una posición de conciliación, mesura y propositiva de paz frente a la situación actual de Venezuela.
Liberales fuimos quienes promovimos y votamos por un sí a la paz. Liberales somos los que nos oponemos a políticas de dominio imperial, los que sugerimos mejor el decrecimiento que el apocalipsis depredador y egoísta que impone el capitalismo de mercado.
Además de Schopenhauer y Nietzsche, Enmanuel Kant promovía en la paz perpetua (entiéndase estable y duradera) que el verdadero propósito de alcanzar la paz en medio de los armisticios y tratados se consolida en el momento en que el Estado se abstiene de intervenir en cuestiones internas políticas de otros Estados. Hoy sabemos que la única intervención posible se debe dar por parte de un país o una asociación fuerte de países, cuando el sátrapa dictador comete delitos de lesa humanidad, poniendo en vilo la garantía y el respeto por los derechos humanos.
Por ello mismo Petro expresa que no debe reclamarse ni una invasión de Estados Unidos a Venezuela, ni la declaratoria de guerra a Venezuela por los demás países latinoamericanos. Tampoco debemos propender por una guerra civil entre los venezolanos auspiciando o patrocinando a una de las partes del conflicto. Esa fue la táctica nefasta del apoyo de los contras en Centro América, que logró alargar por décadas el conflicto en El Salvador, en Honduras o en la misma Nicaragua. Ya veo los rastacueristas colombianos, los que reclaman más orden que libertad, los adoradores de la gendarmería, atizando la guerra civil en el país hermano.
Ya los veo exigiendo a un estadista liberal quemar las naves, haciendo el ridículo de darle horas al ahora presidente de facto de Venezuela, Nicolás Maduro para que deje la presidencia. El diálogo nacional siempre ha de ser la solución. Si hubiera prosperado la solicitud de la OEA sólo hubiera sido un lavamanos frente a un dictador de años que ni siquiera acepta pertenecer al organismo multinacional debilitado. Sin lugar a duda, la salida de Colombia es la más diplomática y la más sentiente a favor de los mismos venezolanos. O díganme: ¿Qué logró en Venezuela hace seis años el gendarme presidente Iván Duque?