Pobre es quien depende totalmente de Dios

“Dichosos seréis cuando los hombres os odien, y cuando os excluyan, os injurien y maldigan vuestro nombre a causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo; que lo mismo hacían sus antepasados con los profetas. En cambio, ¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de los que ahora estáis satisfechos, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis! ¡Ay, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros, que lo mismo hacían sus antepasados con los falsos profetas!» (Lucas 6,17.20-26).

El Evangelio nos pone frente a las bienaventuranzas. Son condiciones para entrar en el Reino que Cristo inaugura entre nosotros. Hoy le invito a centrar la atención en la primera bienaventuranza, la de la pobreza, pues es clave para ser un cristiano auténtico. “Felices los pobres, felices los que tienen alma de pobres, porque de ellos es el Reino de Dios”. No podemos entrar en el Reino de Dios, si no somos pobres de alma. Porque la pobreza es la primera condición para ser accesible, permeable a Dios. Ella es el punto de partida de la vida cristiana.

Si no somos pobres espiritualmente, no estamos en la fe. Sabemos que la pobreza de alma no es una cuestión del dinero, sino una cuestión del corazón. El hecho de que no se posea dinero, no es de por sí una virtud. Se puede no tener, pero si, tener la actitud del rico. Se puede también, poseer muchos bienes y tener la actitud del pobre. La pobreza evangélica es una actitud espiritual, y todos somos invitados a ella prescindiendo de nuestros bolsillos. El pobre está dispuesto a dejarse poner en duda, dejarse cuestionar por Dios, siempre de nuevo. Él acepta dejarse arrojar de sus posiciones, de sus estructuras, de sus principios, de todo lo que le es propio.

Sólo el pobre sale de sí mismo, se pone en camino. Es el que no se resigna a estar tranquilo, el que acepta ser molestado por la palabra de Dios. Fijémonos, como Abraham fue el primer pobre, el primer fiel a la voz de Dios, cuando Dios le dijo: “Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré”. Abraham escuchó la Palabra de Dios, creyó en ella, abandonó su país, el sitio cómodo donde vivía, dejó sus bienes, sus hábitos, su pasado, y se puso en camino. Y partió, sin saber a dónde iba – señal infalible de que estaba en el buen camino, como indica un Padre de la Iglesia.

El pobre se da cuenta de que depende totalmente de Dios. Tiene el sentido de su limitación humana. En el fondo, cada hombre, tal vez sin saberlo es un pobre. Y la pobreza material es bienaventurada porque es el signo visible de una pobreza mucho más profunda y universal: nuestra pobreza moral, nuestra fe miserable, nuestro amor raquítico. Todos somos pobres ante Dios, con nuestra culpa, nuestra miseria, nuestra deficiencia – pero no todos lo reconocemos ante Él. Sólo aquel que conoce y reconoce su debilidad y pequeñez ante Dios, pone toda su confianza en Él, espera todo de Él, busca su protección poderosa. En esa actitud de pobreza espiritual se vacía de sí mismo. Y porque está abierto y disponible para Dios, hay lugar para la acción divina. Y cuando ya no tenemos necesidad de Dios, cuando estamos satisfechos de nosotros mismos, de nuestros conocimientos, de nuestras prácticas religiosas, cuando no esperamos ya nada de Dios entonces somos ricos. Creo que no hay pecado mayor que el de no esperar nada de Dios. Porque si no esperamos nada de Dios, es que ya no creemos en Él, es que ya no lo amamos. El rico cree que puede prescindir de Dios. Pone toda su confianza en sus bienes. Corta todas sus relaciones con la Divina Providencia. Cree que sus riquezas le permiten dejar a Dios. Espera seguir adelante el solo, por sus propios medios, sin tener que recurrir a Dios.

Nuestra actitud frente a Dios debe ser: una apertura y disponibilidad total e ilimitada. No debemos buscar el camino más fácil, más cómodo, sino el deseo y la voluntad de Dios en todas las circunstancias de nuestra vida.

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