El comentario de Elías
Armando Cerón Castillo, con otros poetas como Luis Ernesto Luna o Rubén Morales, inició históricamente la aventura moderna de la poesía huilense. Unido a los Papelípolas, primer y único intento de grupo a la manera del nuevo espíritu del arte, construyó esa importante frontera cultural: hacia atrás, la decadencia colonial; hacia adelante, nuestros poetas en el tiempo vivo. Un salto vertiginoso del remanente medieval al inicio de nuestra modernidad. Prolongó una decorosa tradición, acallada por la fuerza del poder, capaz de producir versos corpulentos como los de Silvia Lorenzo: “De esta insólita noche rumorosa / que se fugó del tiempo, aventurera”; los de García Borrero, de elaboración ingenua, con aspiraciones de justicia social, a la manera de los poemas políticos, con señales de anarquismo: “Y dijo Bakunin… la savia siempre sube, la savia no se estanca”. Y otros más. Superó la poesía comprometida con el poder colonial, manchada con una religiosidad acartonada, llena de sumisas loas, para sembrarla en el corazón del hombre. Iluminó sus versos con las angustias modernas: “Nada para esta vida desolada / en canto…”, auscultó el territorio baldío de los seres humanos: “Espejo de quimeras y desencanto”, visualizó la ausencia de lo divino: “… en sacrílegas noches siempre ansía / el místico silencio de los santos”, y bajó la divinidad a la altura de los hombres: “… el éxtasis del ave en la armonía” Convirtió el lenguaje en instrumento horizontal, de seres humanos para descubrir al ser humano: “Yo quisiera, mi señora, volver a aquellos tiempos / cuando el agua era limpia y la tierra inocente”. Tuteó con naturalidad en el verso: “…darte mi despedida”, e inventó imágenes conmovedoras: “…esta ciudad sin alma” o encerrarse en el “castillo de la melancolía”. Lenguaje vivo, fresco, imperecedero, con imágenes simples, simpleza donde estalla su belleza discreta. No podía escribir en otra forma, excepto en la belleza de su discreción. Nada se parece tanto a él como su poesía. Nunca abjuró de su percepción poética, más bien profundizó en el enigma de lo humano. Su reciente libro, “Detrás de las palabras” así lo testimonia. El poema surge con la sabiduría de los años, con la caída de los ruidos mentales, silencio que le permite oír “La plenitud del círculo” o “La armonía de la esfera” o lo sublime en “Me embrujo cada día / con la palabra de la luz…” Percibió en la poesía “…el eco de la melodía universal en el corazón” como lo sentía Tagore. Y eso es seriamente respetable. lunpapel@gmail.com