Una saludable controversia se ha desatado en torno a la presencia de dirigentes políticos en La Habana, para conversar con los voceros de las Farc que están discutiendo los términos de un eventual acuerdo con el Gobierno Nacional para la desactivación del conflicto armado interno. Y se trata no solo de los congresistas, que siguen a la espera de un guiño o visto bueno del presidente Santos para alistar maletas, sino que ya hicieron su presencia unos concejales.
Sentarse a conversar con actores alzados en armas no es malo ni bueno per se. Lo que debe analizarse a fondo es el interés particular o general que tengan los dirigentes políticos en sus diálogos y cuál es el fin de tales encuentros. En cuanto se circunscriban simplemente a discutir aspectos generales del país, los alcances de los mismos diálogos con el Gobierno o la percepción de cada una de las partes frente a los temas críticos nacionales, lo lógico es que no exista ninguna contrariedad para que hablen. Incluso, puede plantearse que es sano que así sea, que los actores políticos principales de Colombia se sienten a conversar – no a negociar – con aquellos que están en la contraparte, con esos hombres y mujeres que han tomado el camino de las armas justamente para combatir a quienes, como los congresistas, consideran que no los representan, y por vía de los fusiles pretenden arrebatarles el poder y darle un rumbo completamente distinto a la Nación. Muy bien que se discutan en esos ambientes los asuntos de fondo para el país, que a punta de lengua y no de bala se busquen modificaciones a temas críticos, que sea con palabras y no con disparos con que se provoquen tales cambios.
Pero otra cosa muy distinta es que quienes vayan a La Habana, o estuvieron en Santa Fe de Ralito con los paramilitares o en El Caguán con las mismas Farc, lo hagan en aras de sus particulares intereses electorales o económicos; que dialoguen con estos violentos no los términos de su vuelta a la vida civil sino las condiciones de oscuros negocios que beneficien a las dos partes. Y lastimosamente así ocurrió en algunos casos, que ya la Justicia ha procesado o está en ese camino, y por ello debe esperarse que no vuelva a ocurrir.
Muy oportuno entonces que esta vez quienes acudan a la sede de los diálogos en la capital cubana lo hagan bajo estrictas condiciones, que se les fijen términos precisos de su presencia y que no se permita bajo ninguna circunstancia conversaciones privadas o “aparte”.
Suficientes experiencias de las “non sanctas” relaciones de la política con la el violencia ha tenido Colombia como para correr el riesgo de que tal simbiosis y alianza siniestra se pueda seguir presentando. Y por supuesto que quede claro que quienes vayan, como congresistas o concejales o diputados, lo hacen bajo un plan simple de conversar, no de negociar nada ni menos de aprovechar el escenario para sus intenciones particulares.
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“Es sano que así sea, que los actores políticos principales de Colombia se sienten a conversar – no a negociar – con aquellos que están en la contraparte…”
EDITORIALITO
Unas 3.382 familias guardabosques recibirán hoy en Pitalito un reconocimiento por mantener sus territorios libres de cultivos ilícitos. Pero también por sus proyectos productivos, concebido dentro de un concepto de desarrollo alternativo. Y una experiencia para mostrar que más que represión, en estos casos, se requiere inversión social y participación ciudadana.