Parece que se cumple plenamente para Colombia lo que afirma el premio Nobel de Economía James A. Robinson, un conocedor profundo de la realidad colombiana: son las instituciones las que determinan el futuro y el éxito de una nación. La generación de instituciones inclusivas y no extractivas tiene un impacto significativo en la prosperidad del mundo. El éxito de la lucha contra la pobreza, entonces, depende de una serie de cambios que eviten el desequilibrio en una sociedad donde solo existen ganadores.
Precisamente, la debilidad de nuestras instituciones ha caracterizado nuestra vida democrática y ha contribuido a nuestra permanencia en la pobreza y la desigualdad. Existe una debilidad en nuestra justicia, que no llega al ciudadano común, permitiendo que el acceso y los resultados queden relegados a unas élites que dominan a su antojo el sistema judicial, permeando jueces y altos tribunales, como se ha visto en diferentes ocasiones. Esta ausencia de acceso a la justicia es aún más marcada en zonas alejadas y empobrecidas, donde dominan economías ilegales y grupos al margen de la ley.
Esta debilidad en la justicia la hace incapaz de controlar el abominable monstruo de siete cabezas llamado corrupción. La historia se repite una y otra vez, y los escándalos por corrupción emergen desde lo local hasta lo nacional. Y pareciera que no tienen fin.
La incapacidad del Estado para garantizar el control de su territorio ha permitido que grupos al margen de la ley establezcan estados independientes, donde ejercen funciones propias, controlan las vidas de los ciudadanos, atemorizados por el poder de la violencia y las armas. El fortalecimiento de los grupos de disidencia de las FARC, el ELN y el paramilitarismo demuestra el fracaso del proceso de paz que hemos llevado a cabo; como país, nos faltó ir mucho más allá de la simple firma de un acuerdo.
La debilidad de nuestro sistema tributario agobia al pequeño empresario y a una clase media cada vez más golpeada por la andanada de impuestos, perpetuando así la profunda desigualdad y convirtiéndonos en uno de los países con mayor desigualdad en el mundo, tal como lo indica nuestro alto índice de Gini. También hay debilidad institucional a la hora de garantizar el acceso a la salud, a una educación de calidad y a una vida digna para una gran mayoría de colombianos.
En fin, independientemente de los gobiernos que han pasado, nos hemos caracterizado por tener instituciones débiles, incapaces de entender los retos reales que conlleva una democracia. Garantizar el bienestar de cada colombiano es una tarea que no hemos sido capaces de enfrentar. Día a día pasan los gobiernos, pero persisten los problemas. Algo estamos haciendo mal.
Entonces, de acuerdo con el Nobel, se necesita fortalecer cada una de nuestras instituciones para que trasciendan más allá de un gobierno. El equilibrio de poderes y la adecuada distribución de las fuerzas que garantizan la democracia son tareas aún por realizar, para que podamos contar con instituciones inclusivas, modernas y democráticas.