«En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: «No temáis a los hombres. No hay nada oculto que no llegue a descubrirse; no hay nada secreto que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche, repetidlo en pleno día, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde las azoteas. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Temed más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo el alma y el cuerpo. ¿No es verdad que se venden dos pajarillos por una moneda? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae por tierra si no lo permite el Padre. En cuanto a vosotros, los cabellos de vuestra cabeza están contados. Por lo tanto, no tengáis miedo, porque vosotros valéis mucho más que todos los pájaros del mundo. A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre del cielo; pero al que me niegue delante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo». (Mateo 10, 26-33).
Padre Elcías Trujillo Núñez
En el evangelio de este domingo, encontramos a Jesús, exhortando a sus discípulos: “no tengan miedo”. Esta exhortación es también dirigida a cada uno de nosotros. El Señor sabe muy bien que cada hombre experimenta siempre el temor como un sentimiento primario en el ser humano. A la existencia humana están apegados el desamparo y la inseguridad y, por consiguiente, la angustia y el miedo, ya sea escondido o manifiesto, ya sea consciente o no. Y hoy los sentimientos de temor o impotencia contra los oscuros riesgos y amenazas de la vida son más grandes que nunca y nos acompañan a cada paso. Nos angustiamos por la situación económica social de nuestra patria. Por el futuro político de nuestro pueblo.
Los padres se inquietan por el porvenir de sus hijos y de su familia. Los ancianos y jubilados se preocupan del pan de cada día. Muchos tienen miedo de los demás, no sólo de asaltantes y malhechores, sino también de vecinos o parientes, e incluso tienen miedo de Dios. Y, por último, todos tenemos temor a la muerte. ¿Por qué tanta desconfianza y miedo? ¿Cuál es el sentido de la inseguridad y de la angustia que sufrimos en el mundo actual? Una verdad conocida, que olvidamos en el trajín de nuestra vida, nos revela que la seguridad y la protección no podemos encontrarlos en este mundo, debemos buscarlos en el otro mundo, debemos buscarlos en Dios. El temor extraordinario de hoy – en su valor positivo – nos lleva a buscar la ayuda de Dios. Esto es lo que el Padre del cielo quiere decirnos por medio de nuestra situación difícil: Buscad tranquilidad, amparo y seguridad en mí, en mis manos bondadosas, en mi corazón paternal. Porque Dios no se preocupa solamente del mundo en general, ni de un pueblo determinado, sino que también – impulsado por una profunda paternidad – vela por cada uno de nosotros.
Frecuentemente recalca Jesús que el Padre se preocupa de cada uno personalmente, incluso hasta de sus pequeñeces más insignificantes. “¿Acaso no se vende un par de gorriones por unas monedas? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo, no hay comparación entre vosotros y los gorriones”. Aquel que cuida de las aves del cielo, cuánto más se preocupará por cada ser humano, cuánto más amará, con su cariño paternal, a todos sus hijos. Por eso, si Dios está conmigo, no puedo tener miedo. Al contrario, mi preocupación más grande debería ser: estar despreocupado en cada momento, no por negligencia, sino porque confío en Dios. Es más fuerte siempre aquel que tiene a Dios por aliado. Todos debemos llegar a ser héroes de la confianza. Sin esa confianza filial, hoy es imposible permanecer firme y victorioso en medio de las tormentas de este mundo.
No se puede dominar la vida actual, ninguno de nosotros podrá hacerlo, si Dios no está a nuestro lado. Pensemos en la tormenta sobre el lago. Es algo extraño: los apóstoles en la barca son maestros en el dominio del mar. Además, Jesús está con ellos. Y sin embargo se angustian y se desesperan y tienen que despertar al Señor, para que los salve. Entonces, si tenemos esa confianza profunda en Dios, venceremos el temor y la inseguridad de este mundo. Si aceptamos filialmente la voluntad del Padre, en horas agradables y en horas difíciles, dando así testimonio valiente de Cristo, entonces Él nos recibirá un día en la casa del Padre. “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.”, dice el Señor.