Freddy Ordóñez Cardozo, un campesino caqueteño que por circunstancias del destino a los 16 años de edad una bala perdida impactó en su cabeza y lo dejó ciego, hoy se gana la vida interpretando canciones en las calles de Neiva. Freddy Ordóñez Cardozo, un campesino caqueteño que por circunstancias del destino a los 16 años de edad una bala perdida impactó en su cabeza y lo dejó ciego, hoy se gana la vida interpretando canciones en las calles de Neiva. FERNANDO POLO C. LA NACIÓN, NEIVA A sus 16 años Freddy Ordóñez Cardozo nunca imaginó que por entrar a una heladería de su natal Bombonal, un caserío cercano a Solita en el Caquetá, a tomar un refresco, su vida fuera a tener un giro tan radical. Que después de vivir en una finca con su madre y sus hermanos desempeñando las labores del campo en una propiedad que les dejó su padre Humberto Ordóñez al fallecer, y soñando con ser un gran hacendado como muchos de la región, terminara interpretando canciones en las calles de Neiva y viviendo de la caridad pública. “Era sábado -recuerda Freddy-, y como siempre nos fuimos pal’ pueblo, me acerqué a una cafetería y pedí una gaseosa, en esas se armó un tiroteo y una bala perdida impactó en mi cabeza, a la altura de la sien, ahí empezó el calvario”. En medio de la angustia y con la ayuda de algunas personas que quedaron en el sitio, lo trasladaron al hospital de Florencia, allí estuvo por unos pocos días, los médicos no le dieron a doña Mélida Cardozo, su madre, esperanzas de que Freddy pudiera salir bien librado del incidente, porque el hospital no tenía cómo hacer la intervención quirúrgica que se requería. El traslado Así fue como decidieron trasladarlo a Bogotá, les recomendaron la Clínica Barraquer y allí lo internaron. “Mi mamá tuvo que vender casi todos los animales de la finca para poder subsidiarme el tratamiento, no teníamos seguro ni nada, y esa clínica decían que era muy buena, pero por lo que era privada también era costosa. De todas maneras ahí no me solucionaron nada, nos dijeron que el diagnóstico era pérdida de la visión en los dos ojos. La bala me había afectado los nervios que conectan el cerebro con la parte de la vista”. “Mi mamá no perdió la esperanza de que yo volviera a ver y me llevó entonces para el Hospital Militar. Nos dijeron lo mismo, que yo no volvería a recuperar la visión. De Bogotá nos vinimos decepcionados y aquí en Neiva le contaron a mamá de un centro espiritista que hacia hasta milagros. Sin dudarlo, me llevó y me iniciaron otro tratamiento, pero tampoco pudieron recuperarme la vista”. Así transcurría el tiempo y Freddy no salía de su ceguera, todo lo que les recomendaban lo hacían, pero no se veían resultados. Su madre decidió dejarlo internado en el centro espiritista por año y medio, tiempo en el que aprendió a valerse por si solo y entabló amistad con vecinos del lugar, los que más tarde lo llevarían por los caminos de la música. Nace el músico “Ya con el tiempo nos resignamos a que no volvería a ver. Habían pasado ya tres años de golpear aquí y allá. Decidimos que me quedaba aquí en Neiva internado, porque en el campo la cosa era más dura. Pedí que me regalaran algo para entretenerme y me dieron un acordeón, como no podía hacer nada me la pasaba todo el día con el en el anden de la casa, ahí me vieron unos músicos que me enseñaron cómo era que se tocaba y aprendí. Mis amigos me llevaban a fiestas y a los negocios a tocar, le cogí amor a este oficio y seguí”. Luego del acordeón aprendió a tocar la guacharaca y un poquito la caja, también la armónica. Pero se sentía solo, no tenía a quien dedicarle sus melodías. “Yo sentí la necesidad de organizarme, formar un hogar. Fue cuando conocí a Cenelia, la que hoy es mi esposa y que me ha dado tres maravillosos hijos, con ellos comparto mis días y aunque ya no me buscan para tocar en fiestas, salgo todas los días a la calle y ahí me gano lo de la comida, hay veces que me hago 13 o 14 mil pesos, con esos pesitos pasamos el día”, anota Freddy mientras da las gracias a un transeúnte que deposita una moneda de 500 pesos en un viejo tarro que hace las veces de alcancía. “El acordeón que tengo ya está muy viejo y no suena, entonces interpreto las melodías con la armónica y me acompaño con la guacharaca, toco las dos a la vez, mientras junto unos pesos a ver si puedo comprarme otro, así las canciones suenan mejor y recojo más plata”, aclara. La ley lo favorece Freddy no puede leer ni escribir, pero cita con gran destreza la Ley 361 del 97, y explica que las personas con discapacidad deben estar carnetizadas. Que en el carnet se explica el nivel de discapacidad para que las autoridades les colaboren. Que esa ley les da derecho a tener unos cupos en los programas de vivienda y las casas deben ser diseñadas de acuerdo a la limitación. Aclara que los sistemas de transporte también por ley deben tenerlos en cuenta, “yo pago todos los días un mototaxi que me deja en la Carrera Quinta y ahí mismo me recoge, porque no puedo identificar ningún colectivo, y los taxis así me quieran colaborar me sale muy caro”. Freddy a pesar de su discapacidad, ha fomentado junto a otros discapacitados una asociación para ver si el Gobierno les ayuda en un plan de vivienda. “Los que vivimos aquí en la invasión de Peñón Redondo tenemos el temor de que en cualquier momento vengan y nos saquen, por eso invité a otros amigos que viven aquí y que también tienen discapacidad para que formemos la asociación a ver si de pronto conseguimos que nos den una casita. Como ya le dije, la ley nos favorece, sino que aquí no se cumple”, anota. Mientras irónicamente interpreta con su armónica una estrofa de ‘La casa en el aire’, -tema insignia del maestro Rafael Escalona-. Freddy a sus 35 años de edad, de los que ha tenido que soportar 19 en las tinieblas de su ceguera, todos los días le pide a Dios que le socorra una casa donde poder compartir con Celenia Herrera, su laboriosa y comprensiva esposa, y Serlín, Leandro y Jesús Antonio, sus tres hijos de 9, 7 y 5 años respectivamente. Pero mientras los mandatarios “descubren o se acuerdan que existe la Ley 361 del 97”, Freddy sigue cantando en la peatonal de la Carrera Quinta y recibiendo las monedas que le obsequian las personas de buen corazón. Ojalá algún día pueda tener su casa. Pero no como la de la canción del maestro Escalona, sino una de verdad, aquí en la tierra y con accesos especiales para discapacitados, como lo ordena la mencionada ley.