Con todo lo que ha pasado a propósito de la excelente campaña de la Selección Colombia en Brasil, son muchas las perspectivas que se le puedan dar a los fantásticos triunfos deportivos de los nuestros.
No son solo los cuatro juegos que han ganado los muchachos de Pékerman. Son también por ejemplo, el soberbio triunfo de Nairo Quintana hace solo un par de meses en las encumbradas cúspides italianas. O por qué no también resaltar la gloria en los cielos que nos ha regalado Caterine Ibargüen, campeona mundial de salto triple. Mariana Pajón, medalla de oro olímpica en Londres; y en fin, excelsas muestras de grandeza que compatriotas nos han permitido gozar en tantos y tan diferentes ámbitos competitivos.
El futbol, el ciclismo, el atletismo, automovilismo, el tenis, la halterofilia, el baloncesto, y en general, si hacemos un detenido análisis, muy seguramente no habrá una sola área deportiva en la que un colombiano no sobresalga; o en la que no se esté ya abriendo la senda que nos lleve hacia la gloria: Me permito resaltar por ejemplo la incursión deportiva que los muchachos de la Universidad Surcolombiana hacen en el Ultimate y el Rugby, dos deportes hasta hace poco desconocidos, pero que poco a poco va ganando más adeptos.
Pero ¿Cuál es la connotación que estos triunfos tienen frente a la realidad social del país?
Cuando Hitler y su imperio estaban en el mayor esplendor de grandeza, se decidió dar una muestra al mundo de la “magnificencia” del poder nazi. Los Juegos Olímpicos de 1936 se convirtieron así en la mejor plataforma publicitaria para que los alemanes extremistas se vanagloriaran del gran poderío del tercer Reich.
Y es que los triunfos deportivos ciertamente denotan la fuerza social de un país. La misma Alemania liberal de Ángela Merkel, el Brasil productivo de esta década, la regia Unión Soviética de los setentas y ochentas, los Estados Unidos hegemónicos, o la China comunista, son clarísimos ejemplos de la enorme relación que existe entre el oro del triunfo y el progresismo comunal.
Colombia poco a poco se acerca más a esta realidad. Si bien hasta hace poco ver a un deportista de nuestra tierra vestirse de gloria era tan raro que nos parecía casi impensable; hoy por hoy es algo tan común, que el problema ahora es entender que fortalecer las bases donde se edifican tantos triunfos ya no es algo de la política altruista, sino que por el contrario, es una obligación elemental de la cultura del Estado.
Las glorias deportivas son el espejo de un momento histórico para una nación. Más allá de creer que todo lo que nos pasa es una casualidad intangible, creo que debemos convencernos de los cambios positivos que surgen del esfuerzo de la gente que día a día construyen este país. Convencernos y creernos el cuento. Colombia es más que males. Colombia es triunfo y gloria, que trabajándola, muy seguramente llegará a las más altas cumbres, y allí podrá quedarse, al menos por un buen rato.