Presidente Chávez: líder siempre. Por Horacio Serpa

Las informaciones oficiales sobre la salud del presidente de Venezuela el lunes por la noche, anunciaron el fatal desenlace: “Se le sigue aplicando quimioterapia, no ha cedido la afección respiratoria y su estado de salud es muy delicado”. En ningún momento anterior los comentarios habían sido tan pesimistas ni la cara del Ministro se había visto tan triste. Definitivamente el estadista se encontraba muy grave y era inminente su deceso. No fui  de los que gozó su enfermedad. Al contrario, la lamenté como deploro su fallecimiento. Hugo Chávez se caracterizó por su liderazgo y por la lealtad que mantuvo con los sectores populares de su país, con los cuales siempre estuvo comprometido. Cualquier cosa que se diga de su estilo, de su lenguaje, de sus desplantes, de su actitud desafiante, de su infatigable manera de luchar en favor de una revolución con la cual siempre se mostró comprometido, no podrá ocultar su devoción por la causa reivindicadora en la que creyó hasta el último suspiro. Chávez llegó a la Presidencia de la República cuando era evidente la decadencia de los Partidos que surgieron luego de ominosas dictaduras. Acción Democrática y Copey vivieron épocas de esplendor, durante las cuales se disputaron el poder por las vías democráticas, y sin duda cumplieron importantes gestiones. Los abusos de unos, la corrupción de otros, la falta de respuestas concretas a las reclamaciones populares de bienestar, la complicada situación social, las distorsiones económicas en un sistema apoyado casi que exclusivamente de la industria petrolera, generaron desgaste, decepción, enormes controversias y rechazos, hasta el punto de que el pueblo buscó opciones distintas. La presidencia de Chávez fue una respuesta. Había intentado llegar por la fuerza de las armas pero fue derrotado y sancionado. Exculpado, buscó el camino de la legalidad y triunfó con la consigna de remplazar el establecimiento político y económico por un sistema participativo en el que imperara la justicia social. Para ello propuso una profunda reforma constitucional y durante años se dedicó a cumplir lo prometido. Nadie puede decir que incumplió su palabra. Si la política es impredecible, qué decir de la vida. En el momento más importante de la revolución, lo sorprendió una de las más graves enfermedades. El comandante le puso la cara. Empezó una lucha a fondo para vencerla y se comportó como un buen soldado, sin tregua, sin descanso, sin duda con enormes padecimientos. En medio de esa situación tenaz, tuvo fuerzas para encabezar una contienda que lo llevó a ganar de nuevo la Presidencia. Después vino su valiente despedida, la designación de sucesor, los últimos buenos deseos para su pueblo y el combate postrero contra la enfermedad y lo irremediable. Sin nunca entregarse, sin quejarse,  murió en la lucha. Esa fue su vida. Entregada por entero a sacar adelante un modelo propio que ofreciera bienestar al pueblo que reiteradamente le dio confianza y poder. Ojalá que sus esfuerzos fructifiquen y los sucesores sepan interpretar adecuadamente su legado.

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