- El gobierno de Colombia y la guerrilla FARC mostraron un tono duro y por momentos crispado en la instalación BOGOTÁ, 18 Oct 2012 (AFP) – El gobierno de Colombia y la guerrilla FARC mostraron un tono duro y por momentos crispado en la instalación este jueves de su proceso de paz, pero ambas partes subrayaron su voluntad de lograr un acuerdo que ponga fin a casi medio siglo de conflicto armado, destacaron analistas. Reunidos para el acto formal de instalación de los diálogos en un hotel al norte de Oslo, en el que anunciaron que negociarán en Cuba a partir del próximo 15 de noviembre, las delegaciones adoptaron una actitud distante, sin intercambio de miradas ni estrechón de manos. “Cada parte ha establecido claramente su punto de partida. Para las Farc no se podrá lograr la paz sin cambios sociales, mientras que el gobierno insistió en que se debe pasar del combate armado al combate político en el escenario democrático”, afirmó el politólogo Jaime Zuluaga, de la Universidad Nacional de Colombia. “El tono de los discursos mostró todas las dificultades futuras para los negociadores, pero los colombianos podemos esperar que haya madurez de cada parte para entender que la guerra solo está sirviendo a los peores intereses de este país”, añadió. En su discurso, el jefe de la delegación guerrillera, Iván Márquez, enfatizó que “la paz no significa el silencio de los fusiles, sino que abarca la transformación de la estructura del Estado”, y el delegado gubernamental Humberto de la Calle reconoció que “la terminación del conflicto es la antesala de la paz”. Pero más allá de esa coincidencia, afloraron fuertes contradicciones que amenazan con exacerbar las divisiones en este país que a lo largo de medio siglo de conflicto armado suma cientos de miles de muertos y 3,7 millones de personas desplazadas por la violencia. “Quiero reiterar que no estamos discutiendo el modelo de desarrollo económico ni la inversión extranjera. Para eso las Farc deben dejar las armas, hacer política y ganar las elecciones”, zanjó De la Calle después de escuchar el discurso en el que Márquez cuestionó la presencia en Colombia de empresas multinacionales a las que llamó “vampiros”. Para Álvaro Villarraga, presidente del centro de análisis Fundación Cultura Democrática y él mismo un exguerrillero del pacificado Ejército Popular de Liberación (EPL), la tensión expuesta “no es sorprendente”. “Era previsible que predominara la voluntad de reafirmar los compromisos y era previsible que haya posturas diferentes. Es algo propio del inicio de una negociación para concluir un conflicto armado tan largo, intenso y complejo”, dijo Villarraga. Pero también surgieron puntos muy sensibles que van más allá de la mesa de diálogo. “No hemos cometido crímenes contra el pueblo”, aseveró Iván Márquez, número dos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. “Las Farc deberán darle la cara a las víctimas”, respondió De la Calle, vicepresidente entre 1994 y 1996. “En los discursos vemos lo difícil que será el camino. Ni el Estado puede lavarse las manos frente a las víctimas, ni la guerrilla tampoco”, comentó el congresista Iván Cepeda. “La voz de las víctimas va a ser esencial en este proceso. Creo que con paciencia y perseverancia podemos llegar a ello”, agregó. Para Román Ortiz, profesor en Ciencias Políticas de la Universidad de los Andes, con su discurso la guerrilla pasó “por encima de la agenda que inicialmente se firmó”. “Su principal objetivo es tratar de ampliar las negociaciones a temas que no estaban en la agenda inicial, pero también alargarlas en el tiempo. Un proceso de paz es complicado por definición, pero el arranque de esas negociaciones demuestra que las discusiones van a ser difíciles y que se tendrá que volver al realismo”, dijo Ortiz a la AFP. Este será el cuarto intento en 30 años de lograr un acuerdo de paz con las FARC. Las conversaciones que se deben desarrollar sin interrupción en La Habana a partir del 15 de noviembre tienen una agenda de cinco puntos: desarrollo rural, drogas ilícitas, garantías de participación política, víctimas y fin del conflicto. — La elección de Oslo no obedece a cuestiones meramente simbólicas –es la capital de Europa donde se entrega el Premio Nobel de la Paz–, sino a una larga tradición de diplomacia discreta que caracteriza a los países escandinavos en su conjunto. El 13 de septiembre de 1993, el difunto líder palestino Yasser Arafat, el también desaparecido ex primer ministro israelí Itzhak Rabin –fue asesinado por un extremista judío– y el ex presidente norteamericano Bill Clinton presentaron en Washington el texto final de los acuerdos de Oslo, negociados en el más absoluto secreto en la capital noruega. El apretón de manos entre Arafat y Rabin quedó grabado para la historia. Sin embargo, sus entretelones estaban en Oslo: el hilo conductor del texto mediante el cual israelíes y palestinos aceptaron una negociación amplia se prolonga en las declaraciones de los responsables noruegos que hoy reciben las delegaciones de las FARC y del gobierno del presidente Santos: “Llegó la hora de poner término a décadas de conflicto, de reconocer los derechos legítimos (…) y de esforzarse por vivir en coexistencia”, decía el texto de 1992. Frode Overland, el portavoz de la Cancillería noruega, se ha expresado en estos días en los mismos términos. Los acuerdos de Oslo no son, sin embargo, la única medalla de la diplomacia noruega. Varios diplomáticos occidentales comentan en broma en París que si hay que negociar algo en secreto lo mejor es tomarse un avión y hacerlo en Estocolmo u Oslo. De hecho, los escandinavos ofrecen para las partes en conflicto garantías que pocos países pueden poner sobre la mesa. Además de su discreción de caja fuerte, el pasado de Noruega no expone al país a desconfianzas globales. No han sido ni colonialistas ni invasores de territorios, no tienen ambiciones imperialistas desaforadas y, a diferencia de las capitales occidentales con misión universalista y mucho prestigio –Roma, París, Londres o Ginebra–, la modestia escandinava los aleja de la autopromoción. Sin hacer ninguna publicidad ni vanagloriarse, los países nórdicos aportan sumas considerables al desarrollo y a diversos procesos de paz a través del mundo. En el caso particular de Noruega, desde el fin de la Guerra Fría Oslo orientó su diplomacia hacia la conciliación de diferendos sangrientos en diversas partes del planeta. De hecho, en lo que atañe América latina, Noruega estuvo fuertemente implicada en el proceso de paz de Guatemala que cerró el telón de la sangrienta guerra que azotó a este país de América Central durante 36 años (hubo más muertos que en el Líbano). El gobierno guatemalteco de Alvaro Arzú y la guerrilla de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) firmaron un acuerdo de paz definitivo en España, en 1997. Esa paz hizo también su escala en Oslo a lo largo de un proceso que pasó por varios países (México, España, Francia, Ecuador y Canadá). En 1990, en Oslo, el Ejecutivo guatemalteco y la UNRG formalizaron el comienzo oficial de las negociaciones tripartitas entre el gobierno, el ejército y la guerrilla al tiempo que incluyeron un pedido oficial de intervención de las Naciones Unidas (la participación de la ONU fue decisiva en la arquitectura posterior de los acuerdos de paz). Kristian Berg Harpviken, director del Instituto de Oslo para la Investigación de la Paz (PRIO en inglés), explicó que Noruega ha mantenido contactos con las FARC y los sucesivos gobiernos colombianos desde 1988 sin que, hasta ahora, éstos hayan desembocado en un acuerdo. Harpviken señala no obstante que “esta vez es diferente, porque ambas partes vienen con voluntad de negociar” y porque “las FARC han cambiado su posición”. Cabe resaltar que este proceso naciente tiene una particularidad: las negociaciones se inician por lo general con un previo alto el fuego, lo que no ha ocurrido en esta ocasión. A propósito de las prácticas más cuestionables de las FARC, como son el secuestro o la extorsión, el director del PRIO aclara que “la actitud del gobierno noruego con estos grupos consiste en no comprometer su credibilidad dentro del proceso de paz, pero la reciente posición de las FARC les ha dado legitimidad. Hay voluntad y compromiso”. Incluso si reconoce que con una guerra tan larga los resultados “no son inmediatos”, Berg Harpviken se muestra muy optimista: “Veo lo que pasa ahora con mejores ojos que hace diez años” –negociaciones del Caguán entre las FARC y el gobierno del presidente Andrés Pastrana–. Sri Lanka, Indonesia, Birmania, Mali, Chipre, Filipinas, Sudán, Haití o conflicto israelí-palestino, Noruega es uno de los miembros de la comunidad internacional más implicados en el montaje de acuerdos de paz que parecen imposibles. Los diplomáticos le reconocen ese estatuto como una “identidad” en la escena internacional. Paciencia, circunspección, neutralidad, aporte de fondos, diseño de estructuras legales que traducen la voluntad en textos de leyes, prestigio y un conocimiento profundo de los actores en el terreno ayudan a hacer de Oslo un camino fructífero para el fin de los conflictos internos. Mucho ayuda también la discreta, pero eficaz presencia de las ONG noruegas en los países concernidos, y en especial los miembros de la Iglesia luterana Norwegian Church Aid. Llevan muchas décadas trabajando en la fuente original, conocen a todo el mundo, tiene contactos de oro, la misma discreción y una neutralidad activa que ha sido capaz de suscitar confianza para, al menos, facilitar procesos de negociación.