Protesta campesina

Para exigir lo que mínimamente les debe dar el Estado a cambio de su condición de ciudadanos, contribuyentes y seres humanos, un grueso número de campesinos de 20 veredas del municipio de Baraya abandonaron sus parcelas, sus pocos animales y, sorteando un sinnúmero de obstáculos, incluyendo el pésimo estado de sus abandonadas carreteras Para exigir lo que mínimamente les debe dar el Estado a cambio de su condición de ciudadanos, contribuyentes y seres humanos, un grueso número de campesinos de 20 veredas del municipio de Baraya abandonaron sus parcelas, sus pocos animales y, sorteando un sinnúmero de obstáculos, incluyendo el pésimo estado de sus abandonadas carreteras, se han instalado en Neiva frente al indolente Instituto Nacional de Vías – Invías. La sola permanencia de los labriegos en ese lugar da una idea completa de su condición de abandono y olvido, como lo reseñó ayer gráficamente LA NACIÓN: ni siquiera cuentan con un lugar dónde hacer sus necesidades fisiológicas, no hay agua, incómodo sitio para dormir, la comida es la misma que trajeron desde sus parcelas y ningún funcionario de alto o medio nivel les ha visitado para, por lo menos, enterarse de cuál es el motivo de su protesta y qué solución podría planteárseles. Los campesinos barayunos no están pidiendo cosas imposibles, difíciles y ni siquiera medianamente complejas: apenas que les arreglen sus vías, aquellas que los comunican con el resto del mundo y les permiten alguna posibilidad de ingreso. No será necesario que venga un Ministro, no exigen que los escuche el Presidente, no se han amarrado, no han tomado como rehén a nadie, no han bloqueado carreteras o calles. Nada de eso; pacífica y calmadamente hacen su protesta con una sola petición; podrían hacer muchas, incluir la salud, la educación, créditos y otras cosas más que con toda seguridad también necesitan. Pero no, ellos creen que la protesta se justifica por las carreteras, las que ya ni siquiera, según sus propios relatos, sirven para camino de herradura. Siembran papa, lulo, fríjol, tomate de árbol, curuba y ahora café.  Nada de eso pueden sacar al mercado; de sus casas  al lugar hasta donde llega la ‘chiva’ hay tres horas a lomo de mula, pero ya ni la mula puede pasar, ha contado como la mejor narradora una de las campesinas. Lo increíble es que ellos, en medio de esas vías fangosas y lejanas, consideran que si la carretera está buena, solo necesitan sacar las canastas al frente y en tres o cuatro horas llegan a Neiva a vender. La misma o mayor distancia que la que hay de esta capital a Pitalito o Ibagué. Pero piensan que así está bien. Esos campesinos de Baraya son los mismos de Acevedo, El Pital,  Algeciras o de tantos municipios acosados por la falta de vías:  humildes, sencillos, sin aspiraciones de dinero fácil, solo el que las da la tierra; pacíficos, abnegados, valientes y tozudos en persistir en labrar los valles y las montañas; cumplidores de la ley y de sus deberes como colombianos. Pero ese Estado al que ellos aportan toda su vida, la enorme mayoría sin ninguna posibilidad de pensionarse o de acceder a los beneficios que los citadinos logran con menor esfuerzo, suele abandonarlos, olvidarlos o mantenerlos allí como reservas que sólo se usan cuando la patria requiere fuerza, valor y alto sacrificio que al resto de compatriotas harto difícil nos resulta cumplir. Señora Gobernadora, señores del Invías, clase dirigente:  estos campesinos nuestros muy poco están pidiendo. Empiecen por atenderlos. DESTACADO “Los campesinos barayunos no están pidiendo cosas imposibles, difíciles y ni siquiera medianamente complejas: apenas que les arreglen sus vías, aquellas que los comunican con el resto del mundo y les permiten alguna posibilidad de ingreso”. EDITORIALITO Por segundo mes consecutivo, el Ministerio de Minas, redujo el precio interno de los combustibles, de acuerdo con la nueva fórmula. Sin embargo, la reducción no es suficiente. Es un avance. Ahora, el asegurar que las estaciones de servicio acaten la decisión que no es discrecional.

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