Una de las grandes lecciones que está dejando el más grande y complejo paro campesino de la historia nacional es que el gremio que se creía más sólido del país, y considerado en algunas clasificaciones como la ONG más grande del planeta, no representa a sus bases, no tiene acogida entre sus constituyentes primarios y aparece hoy como contradictor y no como aliado de quienes debería ser su protector, padrino y base fundamental. Una de las grandes lecciones que está dejando el más grande y complejo paro campesino de la historia nacional es que el gremio que se creía más sólido del país, y considerado en algunas clasificaciones como la ONG más grande del planeta, no representa a sus bases, no tiene acogida entre sus constituyentes primarios y aparece hoy como contradictor y no como aliado de quienes debería ser su protector, padrino y base fundamental. La Federación Nacional de Cafeteros, con 80 años de trayectoria, está hoy expuesta en sus contradicciones internas, cuestionada a fondo por sus principales asociados y mirada como parte del Gobierno y no como la representación de los cultivadores; ha sido remplazada por espontáneos líderes, escogidos de manera improvisada pero al fin y al cabo legitimados por quienes han salido a las carreteras a exigir mejoras de sus ingresos. Diversos aspectos podrían explicar ese alto desprestigio de un gremio que ha sido sólido, a tal punto que el Comité Nacional de Cafeteros, principal órgano permanente de administración de la Federación, tiene como miembros a los ministros de Hacienda, Agricultura, Comercio Exterior, y el director de Planeación Nacional; y por los cafeteros, un representante de cada uno de los 15 departamentos cafeteros, elegido por cada Comité Departamental y aprobado por el Congreso Nacional. Ese organismo, que siempre fue el interlocutor válido y legal ante el Estado, hoy no es reconocido pese a que surge de los mismos cafeteros con cédula gremial. El congreso extraordinario convocado para hoy reflejará esa posición y la ausencia de los productores en paro. Empero, la historia de Fedecafé en los recientes 30 años la muestra en declive, con decisiones nefastas y altamente costosas para sus asociados, los campesinos: las pérdidas de grandes compañías como la aerolínea Aces, Flota Mercante, Concasa, Banco Cafetero y Cafesalud, entre otras; las sucesivas caídas del Fondo Nacional del Café, que en los recientes años ha mostrado altos déficits pese a que se nutre justamente de los mismos cafeteros, que pagan una contribución de 6 centavos de dólar por libra exportada. Igualmente las políticas adoptadas que han llevado a drásticas reducciones de la producción a tal punto que ya apenas estamos entre los cuatro grandes productores del grano a nivel mundial. Súmese que la gran burocracia de Fedecafé, con jugosos sueldos, casi siempre ha sido ocupada por tecnócratas de la élite nacional. Y otro aspecto de fondo que poco se discute: Colombia sigue sin sacarle provecho a lo que es el gran negocio del café, y es el producto final, el tinto y sus derivados en decenas de presentaciones, mezclado frío o caliente. Pese al proyecto Juan Valdez, que los cafeteros tampoco sienten como propio, el país no sale de su condición de apenas productor de la materia prima. Muchos elementos negativos que los campesinos han acumulado año tras año hasta que han explotado ahora. Momentos para cambiar y hacer sentir al caficultor verdadero dueño del negocio y no apenas el instrumento principal. “No representa a sus bases, no tiene acogida entre sus constituyentes primarios y aparece hoy como contradictor y no como aliado de quienes debería ser su protector, padrino y base fundamental”. EDITORIALITO El aumento del Apoyo al Ingreso al Caficultor anunciado por el Gobierno Nacional es un avance para mejorar la crisis de precios. Aunque no es lo ideal ni colma todas las expectativas no debe ser rechazado de plano sin ningún análisis. Es un paso para buscar una solución.