Juan Carlos Conde Vargas
Que esta columna haga parte de las últimas por leer en el año 2017 –o quizá de las primeras en revisar en el año nuevo– se constituye en una oportunidad especial para fomentar sentimientos nobles, altruistas y generosos en torno a los cambios que puede traer el 2018. La justa política por las presidenciales debe constituirse en un momento histórico de nuestro devenir nacional, en el cual se renueve la confianza en las instituciones del Estado, altamente mancillada con escándalos como el denominado cartel de la toga, la elección de magistrados con el visto bueno de las fuerzas insurgentes o el apoyo de las altas cortes a decisiones que no representan ni consultan la voluntad popular o los estatutos del parlamento.
Es el momento de la gente; es la oportunidad para escuchar con atención y para aportar en los diferentes escenarios en los cuales los candidatos que aspiran al primer cargo de elección popular, conozcan propuestas concretas en asuntos que no pueden circunscribirse a la PAZ, sin que lo anterior suponga en modo alguno una desvaloración del proceso adelantado con el grupo terrorista de las FARC. Empero, son muchos más los asuntos que deben plantearse en la agenda de gobierno; es la oportunidad para recuperar la confianza en las regiones, a partir de una concreción de ideas que garanticen mayores recursos en infraestructura, seguridad jurídica en la inversión privada y fomento a la generación de empresa.
Es el momento de las comunidades; es la oportunidad para repensar las comunas, los barrios y las urbanizaciones, como zonas de integración en las cuales se ofrezcan centros deportivos, espacios de recreación pasiva, centros multiculturales y plazoletas para fomentar la expresión artística de nuestros niños y jóvenes. Es el momento para apostar por liderazgos solidarios, en los cuales se renuncia al ego y se premie el bienestar general, con inclusión de los sectores desvalidos o menos atendidos por los municipios y distritos. Es el año para retomar las cartillas de la solidaridad y el compartir, sin esperar nada distinto al provecho igualitario de los recursos públicos y de los bienes comunes que hacen parte de cada sector.
Es el momento de las ciudades; la necesidad de crear centros urbanos en los cuales el propósito primario sea la calidad de vida del residente. La necesidad de aunar esfuerzos entre la academia, los gremios, el sector privado y las instituciones públicas, en procura de transformar ciudades que sean capaces de crear oportunidades para todos, sólidas en materia de servicios públicos y generosas en espacio público. Un espacio público que tenga en cuenta al ciclista y al peatón como actores especiales, y en donde las zonas verdes se amplíen no solo en procura de combatir los efectos del cambio climático, sino el goce efectivo de los bosques, las reservas forestales y las cuentas hídricas.
Por todo lo anterior, estimo desde ahora que el personaje del año 2018, a escoger en once meses, no será aquel que resulte elegido para dirigir desde el Palacio de Nariño a partir del próximo siete de agosto; en ese rol protagónico deberá reconocerse al pueblo como soberano elector. El voto definirá en buena medida el futuro del país y de ahí que ese actor político que todos llevamos por dentro, deba sobresalir no solo para criticar o ponderar en redes sociales, sino para hacerse presente durante las jornadas democráticas a las cuales seremos convocados. Por todo lo anterior deseo a mis electores un próspero y responsable año 2018.