Con todo lo ocurrido en estos más de dos años de gobierno en Colombia, vale la pena leer o volver a releer la novela satírica del escritor británico, George Owell, del cual se toma el título de esta columna, o también conocida como: “la Granja de los animales”. Pareciera que estamos en Circombia. No superamos el pan y circo. Cada día se afianza más la sociedad del chupe, la facha y la guaca.
Por ello, la ficción de la novela, cuando un grupo de animales de una granja expulsan a los humanos tiranos y crean un sistema de gobierno propio que acaba convirtiéndose en otra tiranía peor.
Hasta en el tema de la corrupción en la granja cambió de tamizaje. Cómo no trasladar ese momento en el que el autor recrea en los animales de la Granja Solariega (puede ser Colombia), cuando un día son seducidos por el Viejo Mayor (un cerdo que antes de morir les explicó a todos sus ideales), que para realizar su revolución y expulsar al granjero Howard Jones, debían tener sus propias reglas soñadas y cumplir los siete mandamientos que previamente había escrito en una pared.
Lo interesante aquí, es cuando los cerdos toman el control de la granja. Como en todo, dos líderes. Pero estos mostraron inmediatamente sus diferencias. Uno, que se llamaba Snowball que pregona por la prosperidad de la granja, y Napoleón, que su objetivo es el poder. No sólo el poder entre los cerdos, sino sobre el resto de los animales. Por supuesto, no caben juntos. Napoleón termina lanzando a los perros contra Snowball, y desde luego, le toca huir y exiliarse. Napoleón se queda en el trono. Con ello, los cerdos se vuelven la mejor élite. El resto de los animales a soportar la dictadura, sino, serían devorados por los perros. Al final, los cerdos adoptan los defectos propios del hombre, contrariando los ideales de su revolución.
Al leer toda la novela, poco a poco se evidencian cambios profundos a esos mandamientos iniciales y terminan legitimando las decisiones de Napoleón y su élite. Me niego a creer que esa graja sea nuestro país. Ni por el chiras.