La Nación
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Reflexionando, ando

Aunque no soy fervoroso practicante de credo alguno, de vez en cuando me deleito escuchando predicadores religiosos. Como a Linero, hablando ayer sobre el pecado y el perdón. Rememoraba el fogoso predicador, el pasaje aleccionador del hijo pródigo, quien abandonando las comodidades de la casa de su padre, se fue tras los placeres del mundanal ruido. Porque somos propensos al pecado; proclives al mal. Algo subyace en nuestra humana condición, que nos hace atraídos por el mal. Una fuerza inevitable del germen primario, casi como una condena insólita del pecado original. Caído en desgracia el hijo pródigo, nos lo muestran los registros bíblicos cuidando cerdos. Sucio, pobre y amargado. Pero en un momento de reflexión y reconocimiento de su error, retomó el camino de su casa. Señor! exclamó! He pecado contra ti. Iré a casa de mi padre y le pediré perdón. Porque si el pecado me opaca, el perdón de Dios me da brillo y esplendor. El perdón crea un nuevo corazón; es ordenador, reorganizador de lo desorganizado por el mal. Perdón sin condiciones, decía el predicador. Salido desde muy dentro, sabiendo por dentro que se ha pecado. Perdón y compromiso de no pecar de nuevo.
Transparente ante el Señor, aceptando con humildad sus fallos y condenas. Y mientras el sacerdote avanzaba en su prédica, exclusivamente religiosa, en la radiola del parque sonaba la canción ranchera : “Yo no pido perdón, porque nunca he perdonado”. Contraste que sin alusión del predicador, parecía apuntar hacia La Habana, donde se debaten, un perdón y una paz, distantes del perdón de Dios. Porque pasando revista a nuestra Carta Política, el poder que emanaba antes de Dios, ahora reside es en el pueblo. Y, por supuesto, es ante el pueblo colombiano que los actores de los nebulosos acuerdos deben pedir perdón. Perdón por hacer la política sin principios, la riqueza sin trabajo y los negocios sin moral. Por la muerte, la tortura, la usura bancaria, los monopolios, la desigualdad, la pobreza y la corrupción que no les interesa mencionar en la mesa de los acuerdos. Las brisas de la paradisíaca isla, nos traen el mensaje de dos estrategas armando los nuevos desangres de la patria, señalando las nuevas víctimas de su guerra. Contrastan la prédica religiosa con los que dicen que quien no se venga muere de odio, o que la venganza es el manjar de los dioses y otras sandeces. Parecen negociar en La Habana, el final de una confrontación y el nacimiento de otras, pero no la paz. La paz es transparente, elemental, sin condiciones como el perdón.