Reflexionando ando

Óscar Alvis Pinzón

El 2017 es un buen año para que la guerra se acabe. Para que una guerra  se acabe, no basta con poner fin a un conflicto. Hay que buscar sustitutos para acabar con las causas que originan la violencia. La guerra representa una salida para el sentimiento de venganza de los guerreristas. Hace poderoso al vencedor. Hace posible conseguir por la fuerza lo que no se logra con la democracia. En cambio,  cuando se vive en paz hay espacio suficiente para establecer relaciones con las demás personas y las controversias se desarrollan en medio de un clima de respeto. Mahatma Gandhi, Nelson Mándela y la Madre Teresa vivieron diferentes aspectos de la paz. De cada uno de ellos aprendimos que la paz puede acabar con el sufrimiento y la opresión, sin luchar contra un enemigo, pero denunciando sus errores y proponiendo justicia y equidad. No nos pidan convertirnos en Santistas o Uribistas,  por que la paz no tiene dueño, ni partido político. Pero puede cambiar el futuro, si demostramos que la paz deja más satisfacciones que la guerra. Usted y yo no somos protagonistas pasivos de la guerra, dependemos de ella política, económica y socialmente. Locombia nació en guerra hace 200 años,  y ha vivido de conflicto en conflicto a lo largo de su historia; pero nunca habíamos estado tan cerca de finiquitar un acuerdo de paz tan trascendental para el país. Si se firma un acuerdo de paz el Estado deberá garantizar a esa gran población rural y sub urbana colombiana, excluida e inconforme, un mayor acceso y calidad en la educación, salud, vivienda y todo lo que contribuya a salir de la trampa de la pobreza.

Desafortunadamente la paz está en cuidados intensivos, el “fast track” se agota. El Congreso está legislando en operación tortuga y los parlamentarios pensando en puestos y mecánica electoral. Dado lo apretado del tiempo, por lo menos deben pasar sin falta la ley estatutaria de la JEP (Justicia Especial para la Paz) y la Reforma Política. La suerte de la JEP define el rumbo del proceso de paz y esa es la responsabilidad que tienen los congresistas con el país y con el mundo. Un país sin formación y capacidades para la paz, será un país condenado a “cien años de guerra”, un país que no podrá transformar sus conflictos de manera pacífica y dialogada. ¿Terminará el conflicto? Por supuesto que no; pero si será el comienzo del fin.

 

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