José Eustasio Rivera soñó que volaba, como el águila, que extendía sus alas hacia arriba, deslizándose sin esfuerzo hacia el cielo que no era el suyo. Cuando despertó comprendió el rastro de una sombra como un mudo presagio.
RICARDO AREIZA
Investigacioneshuila@gmail.com
Diez días antes de su muerte, José Eustasio Rivera, tuvo una certidumbre premonitoria: soñó que volaba, como el águila, que extendía sus alas hacia arriba, deslizándose sin esfuerzo hacia el cielo que no era el suyo. Cuando despertó recordó que estaba en una cena real en el hotel Astor, al lado del piloto Benjamín Méndez. Era viernes.
“Mientras usted se apresta a rivalizar con el águila, que tiene su camino entre el cielo y la tierra, sube de mi corazón hacia el suyo, como un eco, el coro trémulo de quien glorifica en el ajeno triunfo la realización de su propia quimera”, le dijo.
A su lado estaba Carlos Puyo Delgado y los oferentes Ricardo y German Olano. Esa noche le dieron la despedida. Rivera fue encargado de las palabras. Anochecía.
Sin saber que ese sería su último discurso sacó del bolsillo de su saco negro una hoja escrita a máquina, cambió algunas palabras, tachó a mano otras y en cinco largos párrafos exaltó su proeza memorable.
Horas después, como el piloto, se sintió vagar en el silencio de una estrella solitaria, en el crepúsculo de sus desdichas.
Solo pesares
Benjamín Méndez, abordó el Falcon 0-1 “Ricaurte” y emprendió la marcha. La meta era Bogotá. Voló tranquilo sobre el Caribe entre Nueva York, Jacksonville y La Habana. Al aproximarse a Puerto Barrios en Guatemala, el aparato registró el primer inconveniente técnico. Duró varado varios días, sin saber que Rivera le seguía los pasos como el águila que le describió en su último discurso.
Rivera, en medio de su agonía, lejos de allí, pensó en el capitán Hugo Eckener. Lo vio volar en el silencio, como una estrella aciaga y sintió que como él traspasaba el mar amargo de su infortunio. Estaba inmóvil en hospital policlínico rodeado de cuatro médicos. Como si fuera Arturo Cova, creyó que no era más que un residuo humano, lleno de fiebres y pesares.
De pronto advirtió un ronquido intermitente, sintió que se desvanecía y luego que flotaba.
Lejos de allí, desde el cielo, Benjamín Méndez, contemplaba las grandes plantaciones de banano, veía las hileras de las matas de hojas largas y rasgadas y las veía inclinadas hacia el suelo mientras pendían racimos de frutos maduros.
Mudo presagio
Poco antes, en 1927, a través de terceros, la United Fruit Company había adquirido grandes extensiones de tierra para desarrollar la producción bananera, entre Panamá y Costa Rica.
Primero fue en Guatemala. Como en las caucherías, daba los primeros pasos para trasladar al Pacífico el enclave bananero.
– “Una nueva era de control y sometimiento se estaba gestando para la región”, anotó la historiadora Ana Lucía Cerdás Albertazzi.
– “¡Como la Casa Arana!”- pensé.
En realidad, la compañía necesitaba disfrazar su interés en la región del Pacífico haciendo creer que su punto de atención estaba centrado en el Atlántico.
- “¡Como en las Bananeras en Colombia!”- imaginé.
Era la misma pesadilla que Rivera describió en las caucherías. Solo que ahora, no eran los siringales los que ocasionaron la mortandad. Tampoco los inmensos platanares silvestres que bordeaban el litoral.
Otra silueta, como un mudo presagio, surcaban las plantaciones. La era por el control de la tierra había llegado. Y, con ella, la huelga más grande de la historia que había estallado, el 28 de noviembre de 1928, tres días después de haberse publicado ‘La Vorágine’, contando la horrible matazón de los caucheros.
Presentimiento
Sobre el litoral pacífico, apenas visible en el horizonte, Benjamín Méndez contemplaba los enormes cultivos que se mezclaba con el azul profundo del océano, formando un impresionante mosaico, pincelado de garzales.
Cuando sobrevolaba Puerto Barrios en Guatemala el pequeño avión registró el primer inconveniente técnico que lo obligó a aterrizar. Ahora, en tierra, mientras revisaban el aparato, pudo contemplar las plantaciones de banano nativo que se extendían silvestres por el litoral. Luego lo confirmó cuando volaba bajo las nubes Puerto Cabezas en Nicaragua. Al aproximarse a Panamá, observó como otro presentimiento que los sembradíos, agitados por la brisa marina, bordeaban la tierra fértil. Esa certeza la había confirmado la compañía bananera.
- “La United Fruit Company conocía las zonas más apropiadas para el cultivo del banano”- dijo Cerdás Albertazzi.
El biólogo Vining Dunlap, jefe de investigaciones tropicales de la compañía, había confirmado esa certidumbre.
Cerca de Colón fue escoltado por una escuadrilla del Cuerpo Aéreo de los Estados Unidos, que controlaba el Canal de Panamá. El pequeño anfibio registró otra falla en el tren de aterrizaje que retrasó otra vez su osada travesía.
Entonces recordó los relatos de Rivera. Primero cuando salió a protestar por la separación de Panamá. Luego el infierno de las caucherías.
Sordo zumbido
Cuando Puyo lo encontró, Rivera apenas respiraba con esfuerzo. Tenía los ojos cerrados y el cuerpo inmóvil. Estaba desdibujado. Diez minutos antes de la una de la tarde movió la cabeza ligeramente y sintió un estertor como un silbido largo, como un misterio, como un suspiro prolongado y húmedo, como un remolino sutil que lo envolvía.
Entonces comprendió, como Arturo Cova, que, en ese instante, se borraban de sus pupilas vidriosas, las imágenes más leales.
Minutos después falleció. Eran las 12:50 dela tarde. “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde tu aguijón?, rezaban, sin saber, que esa era una despedida muda, como lo había escrito, tétricamente muda como un presagio:
“En ella me despido de lo que fui, de lo que anhelé, de lo que en otro ambiente pude haber sido. Tengo el presentimiento de que mi senda toca a su fin, y cual sordo zumbido, de ramajes en la tormenta, percibo la amenaza de la vorágine”.
Salvado de milagro
Ese sábado primero de diciembre, como un presagio, Benjamín Méndez, sintió que una borrasca, como un enorme remolino lo atrapaba en el aire.
El pequeño avión, se precipitó en Puerto Limón (Costa Rica). El vendaval seguido de fuertes lluvias le arrebató un ala y dejó inservible el flotador del aterrizaje. El piloto, salvado de milagro, fue rescatado por una lancha.
A esa hora, el cuerpo sin vida, vestido de frac, era trasladado hasta la morgue. Allí permaneció durante dos días en una capilla funeraria hasta que cancelaron la deuda. Según lo relató el propio Puyo, Germán Olano, prestó el dinero para pagar la cuenta.
“No es decoroso que el cadáver de José Eustasio permanezca en la morgue del hospital. Yo presto el dinero y usted me ayuda a que después me lo paguen” le dijo Olano. Así se hizo.
Buque Sixaola que transportó a Rivera. Foto: Archivo United Fruit Company.
Última despedida
El miércoles 5 de diciembre lo despidieron sus amigos. ‘La Prensa’, el único diario español e hispano americano en Nueva York, reseñó al día siguiente la ceremonia. Apareció el jueves 6 de diciembre de 1928 en la segunda página en la edición No. 3399.
“Abordo del ‘Sixaola’ partieron para Colombia los restos de Eustasio Rivera”, tituló a dos columnas.
“Esa era una mañana desapacible, gris, de lluvia menuda y persistente”, relató el matutino en la capital del mundo.
Los servicios religiosos se cumplieron a las nueve de la mañana en la iglesia católica de San Esteban, administrada por frailes franciscanos.
Muchas coronas
La ceremonia la ofició el sacerdote Vicente Angulo Prado. En el templo había veintidós coronas. Sobresalía la enviada por el presidente Enrique Olaya Herrera y el personal diplomático, entre ellos el cónsul, Humberto Cajiao y Enrique Gómez, secretario del Consulado y el arquitecto colombiano Julio Corredor Latorre, quien fue cónsul de Colombia en México, diseñador de la ‘Quinta Gameros’ en Chihuahua, México.
Entre los colombianos estaban sus amigos José A. Velasco, Carlos Puyo, Ricardo Charria Tovar, el médico Eduardo Hurtado, el traductor Earl K. James, German Olano, quien pagó los gastos del hospital y el escritor español Bartolomé Soler. Al frente estaba doña Teresa de Rosas, la viuda del general Avelino Rosas, héroe liberal en la Guerra de los Mil Días y sus dos hijas. En el mismo acto litúrgico estuvo Marco Tulio Anzola Samper, el abogado famoso que investigó el asesinato del general Rafael Uribe Uribe. El jurista develó la farsa que se montó desde el primer día, por parte del Gobierno, y en concreto acusó al establecimiento político colombiano de conspiración y encubrimiento.
Compatriotas
A un lado, cerca del féretro estuvo don Cantalicio Ferro Morales, dueño de la hacienda Potosí en Campoalegre; su esposa María Luisa de Ferro y sus hijos Sixta Tulia, Delia y Eugenio Ferro.
Lo acompañaban otros admiradores: los periodistas José María Sánchez García, español y Alberto Manrique Páramo, director del popular diario Gaceta Republicana, quien organizó la ‘Marcha de los sastres’ contra el gobierno de Marco Fidel Suárez, fuertemente reprimida por el batallón Guardia Presidencial con un saldo de veinte muertos y 18 heridos en la Plaza de Bolívar. Los músicos colombianos Héctor, Gonzalo y Francisco Hernández, integrantes del ‘Trío de Aguadas (Caldas) le enviaron una hermosa lira de flores naturales fugitivas que crecían nativas en el paraíso de la selva.
Inusual peregrinaje
Horas después de haber zarpado, a la una y treinta de la madrugada, cuando el cuerpo de Rivera iba hacia Barranquilla en ese buque carguero de la United Fruit Company (hoy Chiquita Brands International), el general Carlos Cortés Vargas ordenó disparar contra la multitud en Ciénaga (Magdalena), dejando centenares de muertos.
El féretro de Rivera, debidamente embalsamado, comenzó un inusual peregrinaje que se prolongó durante un mes y nueve días.
“El Sixaola navegó hacia Kingston, en Jamaica, a donde llegó el 10 de diciembre, para seguir su curso hacia Cristóbal (Panamá)”, recordó Velasco.
De allí salió para Cartagena a donde llegó el 14 de diciembre, para terminar su viaje marítimo en Barranquilla el 17 de diciembre.
“El buque de carga duró doce días de viaje desde su partida de la ciudad de Nueva York”, relató Velasco el leal confidente.
Al llegar a Barranquilla, el cuerpo permaneció en “capilla ardiente”, como si fuera, en sus propias palabras, “una catedral de la pesadumbre, donde los dioses hablan a media voz, el idioma de los murmullos”.
Después de una retreta fúnebre, prosiguió su ruta presurosa, matizado de los abrazos que nunca le dieron en vida, como si fueran, la confirmación de una estrella que, aunque aciaga, comenzaba a brillar después de muerta.
Larga espera
El 28 de diciembre, luego de casi un mes de espera el piloto Benjamín Méndez pudo llegar a Cartagena. Al día siguiente partió hacia Barranquilla, donde el féretro, seguiría presuroso, como “un ataúd flotante”, en un vapor-correo por el Magdalena. Al frente iba el capitán Luis F. Vergara.
El buque de carga y pasajeros debía llegar al Puerto de Honda y luego en tren hasta Bogotá.
El 30 de diciembre el avión anfibio acuatizó en Girardot seis antes de la llegada de Rivera.
Benjamín Méndez quiso seguir hacia Bogotá para llegar el primero de enero, pero el ‘Ricaurte’ bautizado como el héroe de San Mateo, se accidentó. Fue reemplazado. Solo llegó al día siguiente. Aterrizó el 2 de enero de 1929 en la Base Aérea de Madrid (Cundinamarca).
¿Triste lamento?
El escritor Julián Motta Salas y Luis Enrique Rivera, hermano del poeta fallecido, contactaron a Ricardo Galvis, amigo y colega de Rivera, quien organizó el traslado.
“Yo me encargué de mover a las autoridades y personalidades más prestantes de la localidad, con el fin de preparar un severo recibimiento digno del ilustre varón desaparecido” recordó Galvis.
El escritor tolimense prestó una volqueta con su chofer para trasladar el féretro hasta Neiva, como estaba planeado inicialmente.
En el salón del Concejo de Mariquita las mujeres organizaron el homenaje. Un teniente de apellido De Las Casas, le rindió los honores del caso. Lo mismo se repitió en Ambalema, Ibagué, Flandes, y Girardot. Nunca llegó a Neiva. ¿Triste lamento?
Inexplicablemente, el cadáver fue trasladado en el tren de la Sabana. Llegó a las ocho de la noche a Bogotá, el 7 de enero de 1929.
El féretro estuvo en el Capitolio Nacional donde permaneció en “cámara ardiente”.
Allí estuvo hasta el 9 de enero de 1929 cuando fue sepultado en el Cementerio Central de Bogotá, donde aún reposan los restos del poeta huilense que un día alcanzó la cumbre prometida y al llegar sólo divisó la salida del sol, en otra cumbre más lejana. Entonces, sintió el coro trémulo de quien glorifica en el triunfo lejano la realización de su propia quimera. Benjamín Méndez entendió que su despedida antes de emprender el vuelo, encarnaba una certidumbre premonitoria.